viernes, 6 de diciembre de 2013

La intención de Van Gogh

López Capula Fco. Javier


       Lo que ahora da cuenta Heidegger en El origen… es que fenomenológicamente la construcción materia-forma no podría dilucidar esa sustracción por el hacer ver que ésta no se funda en una forma. ¡Es incluso impensable! Por eso Heidegger se limita a llamar “forma” en este sentido únicamente a la “distribución y ordenamiento en los lugares del espacio, de las partes de la materia, que tienen por consecuencia un contorno especial, a saber, el de un bloque”[1]. Pero por obviedad, si la pregunta por lo ente fue fundamental producción, fue porque, de alguna manera, ya se contaba también con la producción de la mesa del carpintero. Tenemos que dejar en duda si la producción de un utensilio propició la pregunta por lo ente, y de esta nos “tecnificamos”. De momento, debemos darla por supuesta, o al menos Heidegger lo hace, dado que, fenomenológicamente, la producción metafísica materia-forma únicamente implica al útil. El útil tiene una materia, pero también una forma adecuada para un determinado servir. La forma se implica del útil y no de ese entramado metafísico “contemplativo”. Ahora es claro. En el ejemplo de Platón, la idea es primera, pero la secunda un útil, la mesa del carpintero. Dos producciones de la misma sustracción, por no mencionar ya la tercera, el arte. La idea, el útil y la obra no son imitaciones de nada, sino producciones del ser, y en esa medida, des-ocultamientos de lo ente, como aquello que ha fundado el destino del hombre, sus decisiones (la tierra y el mundo). Es por esto que el útil está intermedio entre la cosa y la obra. Porque es inmediatamente primero desde tiempos primigenios y actuales. ¿Actuales? En ningún modo, dado que lo anterior ha mostrado que al menos dentro del contexto ya no vivimos en la era de lo ente, sino de lo no-ente, es decir, ya no utilizamos al útil y quedamos estupefactos para preguntar su esencia, sino que estamos ante eso que ya no puede des-ocultarse, el no-ente que le preguntamos su “quehacer”, su “para qué sirve”. El útil dejó de ser contemplativo, condicionado a abrir la pregunta por su esencia. Ya no sirve jamás para contemplarse directamente, para dejar estupefacto y asombrado, su máxima radicalidad utilitaria lo ha vencido, la ilimitada producción. Ya no vemos que en él “se esconde algo”. Al contrario, después de consumirlo lo botamos y buscamos otro que “haga su quehacer” (y así mostramos su cruda utilidad), incluso uno más resistente y de mejor “marca”, como ése que se anuncia y tiene vasta popularidad. Ya no se pregunta por la piel (sustracción), por la naturaleza, sino por lo que hace potencialmente esa naturaleza. Las zapatillas “Nike” muestran que el hacer de su producto es que corras más, que juegues mejor fútbol, etcétera. Pero volteas, y te das cuenta que todos caen por esa justicia, y hay un asombro todavía mayor, el mundo es confiable gracias no sólo a que el útil sirve y te siente en confianza, sino porque lo consumes en el gusto de una generalidad, en tanto que no puedes llegar con dos tronquillos puestos como zapatos, dado que “no formarías parte del mundo”. Esa es la maquinación, lo no-ente. Y es por esto, y el punto central, por lo que Heidegger se decide, en una forma implícitamente intencional, por las botas de Van Gogh. Porque unas botas ya no dicen nada directamente, hay que llevarlas a donde digan aún algo. Y ¿dónde un no-ente podría decir algo más allá de su negatividad, de su nein? ¿Dónde se vuelve otra vez ente en favor de la sustracción del ser? ¿Dónde se muestra que un no-ente es más que un no-ente? ¿No acaso la obra de arte lo puede traer de vuelta en esta era técnica y de la maniobra? La obra no des-oculta la sustracción, eso ya es claro, pero sí la decisión y el destino de un pueblo histórico (mundo), el cual siempre emerge de esa sustracción (tierra). Ahora bien, ¿qué decisión y destino debemos emprender en esta era técnica si queremos recolectar nuevamente al ser y al ente? ¿No acaso debemos comenzar por convertir el no-ente a ente? La obra habla como Dasein, como claro, en tanto que también fundó su morada de esa sustracción, y espera ante la huida o advenimiento de los celestiales. Eso, en toda su radicalidad, refleja el cuadro de Van Gogh. Después del famoso “sin embargo”, Heidegger logra dilucidarlo, lo vuelve íntimo de la tierra, vuelve las botas un útil para pensar, no para ver qué hace. En esa medida lo des-oculta, gracias, por así decirlo, a un des-ocultador, la obra de arte. El útil había sido mesa, después Idea, después tercero a la derecha del ser, y todo esto, producciones de una misma sustracción. La era técnica ha olvidado todo esto, y Heidegger hace lo posible por convertir el útil de la maquinación a ente de la des-ocultación por una de esas producciones, en tanto que por las otras pasa por filtros rotos (Nietzsche, no-ente). El otro filtro, como todos sabemos, será la poesía o, mejor dicho, Hölderlin. Al final, no podemos más que recalcar esto que dice Heidegger:

Preguntando de este modo damos testimonio de este estado de necesidad: que nosotros, con tanta técnica, aún no experienciamos lo esenciante de la técnica; que nosotros, con tanta estética, ya no conservamos lo esenciante del arte. Sin embargo, cuanto mayor sea la actitud interrogativa con la que nos pongamos a pensar la esencia de la técnica, tanto más misteriosa se hará la esencia del arte. Cuanto más nos acerquemos al peligro, con mayor claridad empezarán a lucir los caminos que llevan a lo que salva, más intenso será nuestro preguntar. Porque el preguntar es la piedad del pensar[2]


         A modo de concluir, no se ha hecho aquí más que tratar de mostrar una alternativa por la que Heidegger escoge intencionalmente el cuadro de las botas de Van Gogh. Al menos dentro de un contexto fiable heideggeriano se ha hecho ver, por medio de la famosa onto-historia y moviéndonos dentro de ella. Ya es otra historia, nos gustaría resaltar, transgredir la tesis de Heidegger acerca de la obra de arte hacia otras posiciones. No hemos estado a favor de Heidegger, tampoco en contra. Únicamente hemos tratado de soldar un delimitado contexto.





[1] Ibídem, p. 47

[2] Heidegger, Martin, Conferencias y artículos¸Serbal, Barcelona, 1994, p.37

jueves, 5 de diciembre de 2013

La muerte

Haydee De Alba Carranza

En esta ocasión he pretendido abordar un tema que después de la reciente celebración del 2 de noviembre me ha parecido pertinente, tal es el de la muerte. Recurro a la experiencia de nosotros con la muerte para despegar un poco hacia la cultura, tomándola generalmente, es decir, sin hacer distinciones que en la realidad están presentes. Comparo superficialmente nuestra cultura y la que más nos ha influenciado, aquella por formar parte de la vida que nos rodea y ésta por haberla integrado. Como dos referentes inmediatos en los que sin mucha dificultad podemos ver diferencias o señas características de lo que en estas partes del mundo significa morir. Señas y diferencias que retomaré para tejer este significado en Epicuro.

Al menos alguna vez hemos oído del fallecimiento de alguien, y seguramente nos ha causado entre los tantos sentimientos que pudieran nombrarse como reacción al menos el de desconcierto o el de extrañeza. En ocasiones resulta que ésta es tan grande que de ella se deriva la incomprensión por la vida, dejándonos con un “hueco” permanente. Y ante la necesidad de encontrar una explicación, el hombre alrededor del mundo ha hallado diversas maneras de contestarse o de pasar por “el trago amargo”. Y como nos hace saber Zambrano a través de Maillard, esto es posible porque el hombre mismo no ha de situarse a sí mismo dentro de una realidad individual sino en conjunto con los de su especie. Sólo así puede colocar la muerte dentro de una historia de modo que resulte un hecho real y con sentido, y no sólo un sin-fondo al final de la vida[1].

                Uno de los modos en que a través del tiempo se ha podido interpretar lo difícil que es pasar por un muerto, usando así la palabra para hacer referencia a todo lo que implica cuando alguien muere; es el ritual que se hace para dar la bienvenida a las almas que regresan de los fieles difuntos. Situándonos en México, que siendo lo más cercano podemos apreciar mejor, se piensa en un ritual generalizado con ciertas características que dejan ver, por un lado, lo que aún se mantiene a través de los años acerca de la muerte y que podríamos fijar más o menos en el pasado, y por el otro, que cada vez se transforma y cambia pasando a veces por un olvido, dando entrada, empero, a formas extranjeras de hacerlo, en este caso me refiero específicamente al Halloween.

                En nuestro país permanece aún la idea y si no al menos el recuerdo, de que existe una vida en el “más allá”. Y en ocasiones aquella otra vida podría plantearse también como una continuación de ésta, pues una variante de este ritual específico de Día de muertos podría atreverme a decir es la santería. Esto porque engloba pues, las consideraciones de la muerte en contacto con la vida, que es de manera general la idea central de la celebración del 1° y 2 de noviembre en México. Detrás de este rito, decía anteriormente, hay una manera de ver y de atravesar por la muerte y salir ilesos, esto es, sin dejar hundirnos en el “hueco” y proseguir con las actividades de los vivos; esta manera se ilustra por todos los adornos, pero esencialmente en la ofrenda y en las cosas que no pueden faltar en ella por con-tener el significado de ofrendar, pero aún más, el de ser un muerto[2]. Así los elementos con el camino de flores, el agua, la sal y la luz (dada por costumbre por el pabilo y la parafina o cera) tejen el lazo que mantiene la muerte unida a la vida. En nuestra cultura, vista de manera muy general, a veces se trata la muerte como otra vida, y en este sentido hablaríamos de una vida que no se acaba o sólo cambia de estado, y otras se la trata como un corte muy preciso en la existencia de alguien, que, sin embargo, continúa en un lugar que ya no vemos (más que sólo a veces “percibimos” o se nos atraviesa porque aquél, el muerto, se ha perdido).

 En todo esto la religión todavía dominante en el país se encuentra mezclada en nuestra concepción de lo que es morirse. En Epicuro, sin embargo, me atrevo a decir que ya no se trataría de un morir-se, pues él asume la muerte más o menos como la ciencia hoy. Él, dada su formación académica y atomista, creía sólo en la materia. El universo es materia que siempre ha existido y existirá, dentro de un vacío infinito. Es integrado por materia, todo en él es materia y compuestos de la misma. La materia, por otro lado, está compuesta por átomos. Y nuestros cuerpos como materia, también. No hay más, sólo materia. En este sentido el concepto de alma como inmaterial no cabe en la teoría epicúrea. Al morir el cuerpo muere también ella. Es lo que anima el cuerpo pero no de modo independiente ya que ésta se generaba a la vez que el cuerpo. Para Epicuro, entonces, no hay un antes ni un después. Cuando alguien muere es que ha dejado de existir. Y no es que esté, o sea un muerto. Lo que implicaría que sigue siendo pero ahora sin existir. Como es en la idea de muerte, por ejemplo en la religión católica. No se trata ya de un morir-se, sino sólo de morir, dejar de existir. Los átomos que formaban la vida en aquel cuerpo se han desunido,  y la materia aunque continúa ya no forma vida tal como lo hacía en ese cuerpo.

Haciendo un poco la comparación con el Halloween, para hacer esto un poco más claro, ellos, refiriéndome a los que concienzudamente lo festejan, sitúan su celebración en la idea de que la muerte es completamente lo contrario a la vida, no como su continuación ni como un paso que quiebra la existencia de alguien para conducirlo hacia un “más allá”, sino que se desvincula completamente de la vida[3]. Es lo indeseable, es lo que acecha  y no lo que acoge, como sucede en la idea que sostiene la festividad del Día de muertos.

Para cerrar con la idea de muerte en Epicuro, diría que él de ambas festividades se hubiera quedado con el alma del catolicismo, aunque ésta no sería inmaterial y por tanto tampoco inmortal. En este sentido no creería en un “más allá” ni mucho menos en un retorno de los muertos. La única vida es la presente y es completamente material constituida de átomos. Del Halloween estaría de acuerdo en que se trata de una ruptura completa de la vida, del existir (entendiendo que existencia implica vivir materialmente), pero estaría en desacuerdo con el temor entorno de lo que es morir. Su idea física de muerte derivaba en su consideración hacia la muerte, en el significado que como seres sintientes los hombres debíamos tener. La muerte, el mayor de todos los temores en la vida de un hombre, debe guiar sus acciones y demás temores. Pues incluso el único temor en la vida humana es el de la muerte, no tememos sino es a la muerte, a morir. Y para poner en plena tranquilidad al hombre durante su vida es neutralizando el temor. La consideración de la muerte, pues, es central en la filosofía de Epicuro, pues si su fin es alcanzar la ataraxia (tranquilidad en el espíritu o mente) no puede lograrlo sin resolver antes el temor a morir. El remedio que él propuso para esto ha sido tratado a lo largo de estas líneas, pero en resumidas cuentas es que la muerte física promete, en cuanto tal, absolver de cualquier temor y sufrimiento una vez muerto. Pues objetaría que hemos tratado la muerte siempre desde la vida, como de un asunto que a nosotros no concerniera en cuanto vivos.

Bibliografía
Maillard García, María Luisa, “La muerte en la época actual (del simbolismo al eufemismo)” en Constante, Alberto y Flores Farfán, Leticia (Coords.); Miradas sobre la muerte, UNAM, FFyL, Itaca, México,2008.
Lomnitz, Claudio, Idea de la muerte en México, [Trad. Mario Zamudio], FCE, México, 2006 (Secc. Antropología).



[1] “El hombre, es el ser que experimenta, a través de la memoria del origen, su nacimiento incompleto en una realidad inadecuada, debe vivir, según Zambrano, entre la multiplicidad de los tiempos de los que forma parte la vida humana y situar cada experiencia en su tiempo adecuado, única fórmula para saber tratar con ciertas realidades que van más allá de la razón.” Maillard García, María Luisa, “La muerte en la época actual (del simbolismo al eufemismo)” en Constante, Alberto y Flores Farfán, Leticia (Coords.); Miradas sobre la muerte, UNAM, FFyL, Itaca, México,2008, p.155.
[2] Cuando ofrendamos a nuestros muertos suponemos las condiciones en que o por las que, ellos han de venir. Así, suponemos conocer algo de ellos.
[3] Lomnitz, Claudio, Idea de la muerte en México , [Trad. Mario Zamudio], FCE, México, 2006 (Secc. Antropología).

¿Podemos ser dioses?

Haydee De Alba Carranza


En el presente post decidí tocar el tema de la religión, en el mismo filósofo que hemos venido tratando, ya que en el último lo mencioné sólo para abordar el de la muerte. Con este pretendo ampliar un poco más la visión que tenía Epicuro acerca de la muerte y la religión, que como podemos ver en su filosofía del placer, tienen estrecha relación. Pues es precisamente que alcanzará su cometido final, la ataraxia, siguiendo tanto la física como la religión. Esto nos muestra, por otro lado, que su definición de tranquilidad y a su vez el de placer, no puede darse o sólo física o sólo espiritualmente.

                Me remito nuevamente a la comparación de los tiempos actuales con aquellos antiguos abriendo con una pregunta que muestra la pertinencia de preguntarse por la religión epicúrea. Doy primeramente un esbozo de la situación religiosa antes de la era alejandrina, para entender después las diferencias en las creencias entre las que comúnmente se sostenían y las de Epicuro mismo. Recurro en ocasiones a algunas creencias de la religión católica vista hoy para hacer más comprensible las creencias antiguas.

Si la muerte ha de ser uno de los mayores temores a vencer para Epicuro, ¿de qué modo logra la tranquilidad sin recurrir a un más allá que brinde el sostén para evitar considerar la muerte como un suceso trágico?
                Antes de que Atenas cayera en manos de Antípatro y terminara de diluir la democracia, los dioses eran considerados como un eje de movimiento, es decir, por los cuales sucedían o dejaban de suceder las acciones de los hombres y los fenómenos naturales.  Pues cada vez que se pretendía la realización de algo se hacía en temor o gracia de los dioses olimpos. Tal realización, empero, era casi siempre pensando en favor de la polis, o teniendo, al menos, la idea de que se era un ciudadano perteneciente a un grupo de personas unidas entre sí por el bienestar común. La divinidad como quien gobernaba no sólo el reino divino sino el plano terrestre de los hombres. Cabe decir aquí que, si bien existían dos mundos: el divino y el mortal, aquél no era continuación de este último, como creemos hoy en nuestro mundo mayoritariamente católico: en el más allá como donde habitaremos los mortales una vez muertos. Eran dos mundos que permanecían separados completamente, y entre las creencias de la mayor parte del pueblo, sólo se unían cuando el mundo mortal era afectado por los dioses.

                Los dioses, pues, que gobernaban además de la naturaleza, las acciones de los hombres, eran así tenidos como seres susceptibles de cambiar su vida eterna según lo que hicieran aquellos. Los dioses siempre antropomórficos poseían la única diferencia de ser inmortales, pues así como se dice dentro del catolicismo: el hombre es hecho a la imagen y semejanza de Dios[1] , y puesto que no podemos pensar como dioses sino como hombres en cuanto tales, pensamos a los dioses desde nuestro entendimiento mortal y decimos, aceptando su supremacía, que ellos nos han creado desde el único modo en que podemos concebirlos, como nosotros. Entonces y ahora los dioses los podemos pensar con cuerpos humanos, y aun ahora permanece el temor o respeto hacia ellos, que en esa época se denominaba deisidaimonía: sentimiento de constante terror respecto al poder divino[2].

                A finales del s. IV, después de que la polis ya no se tuvo a sí misma como gobernante, la libertad giraba cada vez más hacia el interior de cada persona. Al no tener ya una libertad externa éstas se limitaban a cambios internos, en el epicureísmo, incluso, se tenía a bien no actuar políticamente ya que lo importante era alcanzar la serenidad.

Con Epicuro el estar al pendiente, preocupados por el parecer de las divinidades cambia ligeramente, podría anticipar que incluso hay más diferencia entre los dioses según Epicuro y el catolicismo, que entre éste y los dioses olimpos según las creencias generales de entonces. Nuestro filósofo aceptaba dos cosas de los dioses: su inmortalidad y su felicidad eterna, pero lo que lo deja fuera de las creencias tradicionales de su tiempo era que consideraba el temor hacia los dioses como falso e inútil.  Por esta razón en algún momento se le llegó a considerar como impío, ya que al no respetar con el pensamiento esta idea se pensaba que atacaba directamente uno de los pilares importantes de la religión ateniense y, por ende, la acción humana. En respuesta a aquellos que lo tildaban de ateo, él aseguraba que quienes reproducían opiniones del vulgo acerca de las divinidades tales como que las acciones humanas cambiaban su felicidad, eran los impíos. Pues si los dioses, para Epicuro, han de ser seres que viven en plena dicha, garantizada por siempre y reconociéndoles así realmente el lugar supremo de dioses, no se debe pretender decir que su felicidad se vea turbada o incrementada según acciones mortales. Él reubica a los dioses en la inmortalidad en que desde las creencias tradicionales se les habían tenido, reafirmando el significado de la palabra: In-mortal es aquel que no muere y que, por ende, no teme a lo que le es imposible que suceda. Los mortales sufren porque en su condición tienen garantizado aquello que les privará de los placeres, y de la vida en general. Su vida misma se vuelve un sufrimiento sino aprende a controlar el deseo y el miedo. Entonces, si quien acepta la inmortalidad de los dioses no hace lo mismo con su felicidad eterna independiente de las vidas humanas, está faltando, según Epicuro, a la religión que con tanto ahínco la multitud pretende cultivar.

                A pesar de lo que profesaba acerca de la deisidaimonía, él practicaba en su vida diaria los rituales que tradicionalmente se ofrecían a los dioses. Ya no por puro respeto a una tradición sino por un sentimiento verdadero. Cuando él participaba en los rituales religiosos no pensaba en lo gustoso que se pondría el dios en cuestión, sino que, según su filosofía, disfrutaba junto con el dios de la felicidad que ambos poseían. El epicureísmo resaltaba el regocijo, siempre con límites, en busca del bien último, la tranquilidad de espíritu. Alguien que llevara una vida epicúrea podría disfrutar junto con los dioses, que aun siendo mortal, goza de felicidad igual que un dios.

                Esta es la única razón por la que aun rechazando que los mortales debieran temer siempre la muerte, provocada por el enojo de un dios, asista y participe en los rituales de quienes lo creían así. Daba un sentido ligeramente distinto a la religión de su época. Su filosofía intervenía de manera práctica en sus acciones diarias, así como en sus temores. Desprende el mundo divino del mortal y considera falsas las creencias que hacen sufrir sustentándose por completo en la física de los cuerpos.

Bibliografía
García Gual, Carlos, Epicuro, alianza, España, 2002. (Col. Biblioteca temática- clásicos de Grecia y Roma, en col. Libro de bolsillo)

Festugière J., A, Epicuro y sus dioses, [Trad. León Sigal], 2da ed., Editorial universitaria de Buenos Aires, Argentina, 1963, (Cuadernos de Eudeba)




[1] Génesis 1:26-27
[2] Festugière J., A, Epicuro y sus dioses, [Trad. León Sigal], 2da ed., Editorial universitaria de Buenos Aires, Argentina, 1963, (Cuadernos de Eudeba), p. 32.

¿Placer? Sí, pero ¿cuánto?

Haydee De Alba Carranza
  
En este segundo post me he dedicado a reflexionar la noción de hedonismo que entendemos, o parece que entendemos, hoy en día basada en el eje de las relaciones económicas del mundo: el consumo (que se ha desbordado hasta llegar a aceptar el consumismo como necesario). Mi comentario se erige sobre la definición de lo que ser hedonista en el mundo antiguo, específicamente he retomado lo que Epicuro apuntó al respecto, significaba; a modo de que se haga patente la diferencia del sentido que poseía la palabra entonces y ahora, y el uso que se le ha dado a la misma. Para mostrar de algún modo estas diferencias me he servido de dos posturas contemporáneas: una a favor y otra en contra, con la finalidad de desentrañar el significado de ser hedonista, ya que en cierto momento ser consumidor y ser hedonista se muestran como iguales, y al mismo tiempo entender, desde lo que se piensa y discute ahora acerca del tema, lo que decía nuestro filósofo.  He pretendido, pues, acercarme a la confusión y aclararla de un modo al menos mínimo, con la que generalmente hacemos el día a día.

Si bien en nuestros días uno no se lanza a gritarle a quien ha comprado un nuevo Smartphone: ¡eres un hedonista! cuando en realidad el que ya poseía funcionaba correctamente suponiendo uno su completo abandono al deseo, tampoco se piensa que, por un lado, dicha acción deba ser negativa del todo, pues no es que haya sido el puro placer la razón que llevó a esa persona a realizar la compra, sino que fue más bien una necesidad y no ya sólo una necesidad digamos natural inherente al cuerpo humano sino una necesidad de actualización inherente al cuerpo social; y por el otro, que el hedonismo sea una respuesta satisfactoria a todos los problemas reales que sufre el individuo.

            ¿Por qué si vivimos en una época en la que el consumo se ha vuelto primordial y la panacea de los problemas que sufren las sociedades actuales, es posible decir aún que, por un lado, el mal mayor de la humanidad está en que ésta no ha satisfecho sus necesidades, y por el otro surja de entre el mar de las compras la certeza de que de algún modo esta actividad está arruinando el planeta, la salud física y mental, individual y colectiva de las personas? ¿Por qué no escuchamos en todos lados: ser hedonista es la solución, pero sí: la capacidad de consumo de una sociedad determina su crecimiento económico y en general su riqueza de cualquier tipo?

            Cuando se habla de ser hedonista quizá se piensa en el abandono por completo del cuerpo dejándolo en manos de los vaivenes de los sentidos, de las emociones, pues lo importante hoy en día es disfrutar y estar bien, ¿no?

            Existen varias posturas acerca del consumismo, el que en su texto La felicidad paradójica Lipovetsky no dejará corto y lo elevará hasta hablarnos incluso de un hiperconsumismo y un turboconsumismo[1]; y todas tocan en algún momento el deseo, los placeres y las necesidades tanto naturales como “producidas”, pues son éstos el combustible de dicha actividad: el blanco de las críticas y el eje de las posturas conciliadoras.

            El placer, a modo de Epicuro, en tanto que es lo contrario al dolor es lo positivo. Pues el dolor es siempre indicador de algún tipo de violencia. Sin embargo, si el placer que tiene como impulso el deseo (que es el que hace que la persona actúe) fuera considerado 100% positivo siempre y en cualquier circunstancia, ¿no resultaría contradictorio incluso a la vida misma que seguramente y en todos los casos, sin excepción (al menos hasta ahora, hasta que no se encuentre el elixir de la inmortalidad que se anda buscando también en nuestros días), termina, muere? Detrás de esa búsqueda incesante  de la satisfacción de los placeres ¿no tendremos miedo de llegar a ese fin? ¿Se afirma que tal búsqueda es precisa en razón del fin, pues es mejor lanzarse ahora a disfrutar de todo antes de que acabe la vida?

            No es innegable que la recuperación[2] del cuerpo como principal objeto del actuar humano fue importantísima, pues supuso una vía posible por la que dar solución a problemas físicos y no físicos: reales. Sin embargo se ha olvidado ahora que el hedonismo aunque entendido como esa recuperación de los sentidos, funcionó como la base de soluciones reales, no puede tomarse también como el fin último de la vida humana que oculta o pretende ocultar los riesgos que vivir conlleva. Tanto ha sido tomado así que Incluso la consideración del riesgo se ha exacerbado al punto que es preferible vivir satisfaciendo deseos inmediatos y fáciles de alcanzar que aquello que quede fuera de éstos (a toda costa sin importar la situación se suele evitar el dolor, por lo que quede fuera de lo asequible se toman como inseguros y riesgosos). El miedo se nos ha metido ahora más que nunca en el deseo hasta llegar a ser, como nos dice Lipovetsky, una especie de hipocondríacos paranoicos.

            En respuesta a este último párrafo una de las posturas a favor de este modo de organización si puede llamársele así[3], y que ha sido, a mi parecer, una de las más conocidas y populares que se da en respuesta a la postura crítica acerca del consumismo la cual afirma que éste crea necesidades; es que precisamente éste no las crea puesto que no tiene esa capacidad. El consumismo lo que hace, según esta postura, es sólo satisfacer de diferentes maneras las mismas necesidades que los hombres han tenido desde siempre; sólo la naturaleza ha dado esas necesidades al hombre. De nuevo, como en el párrafo anterior donde se esboza una postura en contra, el individuo es el responsable de hacer o consumir. Pero debido a este tipo o tipos de satisfacción de los deseos o necesidades se puede decir que el cuerpo no se ha abandonado y se le ha abandonado al mismo tiempo. El desbordamiento del consumo de productos de mercado que no se circunscribe ya sólo a objetos tangibles[4], se ha consolidado él mismo como el fin del quehacer humano.

            Epicuro al contrario del consumismo actual había instaurado a los sentidos como el medio para lograr la vida feliz, pero nunca la satisfacción total y acelerada de ellos como el fin mismo. Éstos se habían propuesto como los que abrirían el camino hacia el conocimiento, y una vez encontrado éste se gozaría, pero sólo entonces, de un placer puro. El hedonismo era una satisfacción de deseos y necesidades que procurarían al final el placer puro, el conocimiento que daría seguridad de actuar ante la vida. Hoy vemos que si bien de algún modo se entiende el bienestar distinto de la felicidad, el hedonismo (entendido no sólo como principio sino también como fin, como un hedonismo llevado a su extremo) se encontraría en el punto medio que conectaría ambos conceptos. ¿De qué manera nos hemos acercado al hedonismo que de ser, no hace tantos años, algo  implícito en las acciones, asimilado inconscientemente, ahora se muestra explícitamente y lo aceptamos de manera más consciente, tanto que nos es posible confundir el bienestar con la felicidad a pesar de las dudas que tengamos de la relación de igualdad de estos dos?

            Es posible que en ocasiones se confunda el uno por la otra pero aun así no nos convencemos de esto por completo. Finalmente faltaría reflexionar, como nos dice Lipovetsky, acerca de la reivindicación de la sabiduría, pues estando dentro de esta organización puede que se haya convertido en un tipo de ilusión que se pretenda también consumir[5].
           
Bibliografía

García Gual, Carlos, Epicuro, alianza, España, 2002. (Col. Biblioteca temática- clásicos de Grecia y Roma, en col. Libro de bolsillo)

Lipovetsky, Gilles, La felicidad paradójica – Ensayo sobre la sociedad de hiperconsumo,[Trad. Antonio-Prometeo Moya], Ed. Anagrama, Barcelona, 2007, p. 11. (Col. Argumentos)

Perez Tornero, José Manuel; Tropea, Fabio; y otros, La seducción de la opulencia, Paidós, España, 1992.




[1]La demanda y la oferta han crecido y siguen creciendo tanto y de manera tan acelerada que las innovaciones se dan en los mismos objetos mercantiles. No hay, pues, ya las que eran claras y explícitas (las innovaciones) cuando lo que cambiaba era el objeto de uso y no sólo una variación del mismo con los cambios correspondientes de las marcas que los producen. Ahora los placeres se pueden gozar de muchísimas maneras pero a la vez la satisfacción es en muchas ocasiones entre ellas también muy parecida.
[2] Si partimos de la religión cristiana, el cuerpo había sido sacrificado en pro del bien eterno que se alcanzaba en una vida inmaterial. Una vez que el cuerpo se toca el bien eterno también desaparece.
[3] Pues, nuevamente Lipovetsky, nos hace notar al respecto que la sociedad de consumo crea a la vez una disgregación psicológica en la que precisamente el quid del asunto es alcanzar la realización individual, “como ser humano”, mediante la satisfacción de los deseos.
[4] Pues las experiencias se han vuelto también productos de venta y consumo.
[5] Lipovetsky, Gilles, La felicidad paradójica – Ensayo sobre la sociedad de hiperconsumo,[Trad. Antonio-Prometeo Moya], Ed. Anagrama, Barcelona, 2007, p. 11. (Col. Argumentos)