López Capula Fco. Javier
Lo que ahora da cuenta Heidegger en El origen… es que fenomenológicamente la
construcción materia-forma no podría dilucidar esa sustracción por el hacer ver
que ésta no se funda en una forma. ¡Es incluso impensable! Por eso Heidegger se
limita a llamar “forma” en este sentido únicamente a la “distribución y
ordenamiento en los lugares del espacio, de las partes de la materia, que
tienen por consecuencia un contorno especial, a saber, el de un bloque”[1]. Pero
por obviedad, si la pregunta por lo ente fue fundamental producción, fue
porque, de alguna manera, ya se contaba también con la producción de la mesa
del carpintero. Tenemos que dejar en duda si la producción de un utensilio
propició la pregunta por lo ente, y de esta nos “tecnificamos”. De momento,
debemos darla por supuesta, o al menos Heidegger lo hace, dado que,
fenomenológicamente, la producción metafísica materia-forma únicamente implica
al útil. El útil tiene una materia, pero también una forma adecuada para un
determinado servir. La forma se implica del útil y no de ese entramado
metafísico “contemplativo”. Ahora es claro. En el ejemplo de Platón, la idea es primera, pero la secunda un
útil, la mesa del carpintero. Dos producciones de la misma sustracción, por no
mencionar ya la tercera, el arte. La idea,
el útil y la obra no son imitaciones de nada, sino producciones del ser, y en
esa medida, des-ocultamientos de lo ente, como aquello que ha fundado el
destino del hombre, sus decisiones (la tierra y el mundo). Es por esto que el
útil está intermedio entre la cosa y la obra. Porque es inmediatamente primero
desde tiempos primigenios y actuales. ¿Actuales? En ningún modo, dado que lo
anterior ha mostrado que al menos dentro del contexto ya no vivimos en la era
de lo ente, sino de lo no-ente, es decir, ya no utilizamos al útil y quedamos
estupefactos para preguntar su esencia, sino que estamos ante eso que ya no
puede des-ocultarse, el no-ente que le preguntamos su “quehacer”, su “para qué
sirve”. El útil dejó de ser contemplativo, condicionado a abrir la pregunta por
su esencia. Ya no sirve jamás para contemplarse directamente, para dejar
estupefacto y asombrado, su máxima radicalidad utilitaria lo ha vencido, la
ilimitada producción. Ya no vemos que en él “se esconde algo”. Al contrario,
después de consumirlo lo botamos y buscamos otro que “haga su quehacer” (y así
mostramos su cruda utilidad), incluso uno más resistente y de mejor “marca”,
como ése que se anuncia y tiene vasta popularidad. Ya no se pregunta por la
piel (sustracción), por la naturaleza,
sino por lo que hace potencialmente esa naturaleza. Las zapatillas “Nike” muestran
que el hacer de su producto es que corras más, que juegues mejor fútbol,
etcétera. Pero volteas, y te das cuenta que todos caen por esa justicia, y hay
un asombro todavía mayor, el mundo es confiable gracias no sólo a que el útil
sirve y te siente en confianza, sino porque lo consumes en el gusto de una
generalidad, en tanto que no puedes llegar con dos tronquillos puestos como
zapatos, dado que “no formarías parte del mundo”. Esa es la maquinación, lo
no-ente. Y es por esto, y el punto central, por lo que Heidegger se decide, en
una forma implícitamente intencional, por las botas de Van Gogh. Porque unas
botas ya no dicen nada directamente, hay que llevarlas a donde digan aún algo.
Y ¿dónde un no-ente podría decir algo más allá de su negatividad, de su nein? ¿Dónde se vuelve otra vez ente en
favor de la sustracción del ser? ¿Dónde se muestra que un no-ente es más que un
no-ente? ¿No acaso la obra de arte lo puede traer de vuelta en esta era técnica
y de la maniobra? La obra no des-oculta la sustracción, eso ya es claro, pero
sí la decisión y el destino de un pueblo histórico (mundo), el cual siempre
emerge de esa sustracción (tierra). Ahora bien, ¿qué decisión y destino debemos
emprender en esta era técnica si queremos recolectar nuevamente al ser y al ente?
¿No acaso debemos comenzar por convertir el no-ente a ente? La obra habla como Dasein, como claro, en tanto que también fundó su
morada de esa sustracción, y espera ante la huida o advenimiento de los
celestiales. Eso, en toda su radicalidad, refleja el cuadro de Van Gogh.
Después del famoso “sin embargo”, Heidegger logra dilucidarlo, lo vuelve íntimo
de la tierra, vuelve las botas un útil para pensar, no para ver qué hace. En
esa medida lo des-oculta, gracias, por así decirlo, a un des-ocultador, la obra
de arte. El útil había sido mesa, después Idea,
después tercero a la derecha del ser, y todo esto, producciones de una misma
sustracción. La era técnica ha olvidado todo esto, y Heidegger hace lo posible
por convertir el útil de la maquinación a ente de la des-ocultación por una de
esas producciones, en tanto que por las otras pasa por filtros rotos
(Nietzsche, no-ente). El otro filtro, como todos sabemos, será la poesía o,
mejor dicho, Hölderlin. Al final, no podemos más que recalcar esto que dice Heidegger:
Preguntando de este modo damos
testimonio de este estado de necesidad:
que nosotros, con tanta técnica, aún no experienciamos lo esenciante de la técnica; que nosotros,
con tanta estética, ya no
conservamos lo esenciante del arte. Sin embargo, cuanto mayor sea la actitud interrogativa con la que
nos pongamos a pensar la esencia
de la técnica, tanto más misteriosa se hará la esencia del arte. Cuanto más nos acerquemos al peligro, con mayor
claridad empezarán a lucir los caminos
que llevan a lo que salva, más intenso será nuestro preguntar. Porque el
preguntar es la piedad del pensar[2]
A modo de concluir, no se ha hecho aquí más
que tratar de mostrar una alternativa
por la que Heidegger escoge intencionalmente el cuadro de las botas de Van
Gogh. Al menos dentro de un contexto fiable heideggeriano se ha hecho ver, por
medio de la famosa onto-historia y moviéndonos dentro de ella. Ya es otra
historia, nos gustaría resaltar, transgredir la tesis de Heidegger acerca de la
obra de arte hacia otras posiciones. No hemos estado a favor de Heidegger,
tampoco en contra. Únicamente hemos tratado de soldar un delimitado contexto.