jueves, 24 de abril de 2014

La pregunta


Haydee De Alba Carranza

Con este post se pretende ir abriendo paso a las preguntas acerca del lenguaje. Es  pertinente entonces y, aun, necesario comenzar con la enunciada al final del párrafo. Una pregunta, tomada en modo general, representa en cada indagación, por distinta que sea, el inicio del camino para el conocimiento. Y justo es hacer aquí otras dos preguntas distintas a la que guiará esta serie de posts: Primera, ¿Cuándo se da un paso anterior a la pregunta que cuestiona por el conocimiento?, segunda ¿Cuándo la pregunta ejerce su propia acción hacia ella misma? La pregunta como expresión lingüística está compuesta por palabras[1], que en cuanto tales contienen la suposición de que la respuesta pueda ser dicha. Es decir, la materia con la que preguntas y respuestas trabajan es la misma. Ellas no podrían ni preguntar ni responder sino es por y con, respectivamente, la materia de que están hechas, a saber, el lenguaje. Arribamos así a la pregunta principal ¿qué es el lenguaje?
            Por el momento me quedaré en la pregunta (el preguntar) por la pregunta (el objeto). Usualmente se orienta esta acción hacia cuestiones externas a la pregunta, busca razones de objetos distintos de ella, como por ejemplo: ¿cómo está el clima?, ¿cuándo será el examen?, ¿qué son las reformas?, ¿cuál es el origen del ser humano, del planeta?, ¿cuáles son los síntomas de cierta enfermedad?, ¿qué debo comer, vestir? Los textos, anuncios comerciales, investigaciones científicas, y en general, la información con la que somos constantemente bombardeados y abordados, son una serie de respuestas  a la búsqueda continua de conocimiento; el que pretende hallarse fuera del hombre pero que no escapa del discurso, pues los elementos encontrados se valorizan según el hombre. Y decir que somos abordados con la información es porque el conocimiento se considera ilimitado, y hay tantas direcciones en “las respuestas” que siempre se es culpable a ojos de alguien y, además, la culpa se considera es de quien no conoce. El conocimiento es equivalente a la obtención de información. En ocasiones el discurso intenta  rescatarle algo propio por el que sea en sí mismo valioso y por el que este, el conocimiento, sea tratado como garantía de un sentido regidor del hombre; pero queda, sin embargo, en la esfera de la información: ubicándose (el conocimiento) sólo como posesión de lo que alguien dijo.
Hemos dispuesto del conocimiento agregándole siempre el valor y poniendo la actividad de conocer en un pedestal. Asegurando que en ella se encuentra lo más buscado, lo que revelará el secreto de la vida, pero al fin y al cabo se sigue ubicando fuera, como algo que debamos hallar según siempre nuestro modo de ver. Pues al ser nosotros los buscadores siempre podremos manipular lo encontrado, esto mismo, lo encontrado, resulta o surge según lo que conocemos, por lo que de encontrar el secreto sería siempre, según el hombre, y no ya “el secreto” como independiente de nosotros y en este sentido fundador de la vida.
Cuando el conocimiento se ha ubicado en la cima y en el fondo de lo que a final de cuentas sería el hombre, este es valorizado según su conocimiento. Su valor se da en algo que alguien posee, en la información poseída por algún otro que juzga. La relación que existe entre el conocimiento y el discurso es que la información que se convierte en conocimiento cuando alguien la posee, se da a través de un discurso. Y es este el que puede hacer válido un conocimiento. Sin embargo, el discurso es fugaz del mismo modo que la posesión. Así, es posible afirmar que es el discurso la razón por la que se muda de conocimiento para llevarlo a la aplicación: lo que debiera hacerse se ubica en lo sostenido en el discurso.
¿Cuándo se hizo necesaria la pregunta principal? Cuando los discursos políticos, de abogados, y de cualquiera que pretendiera buscar una respuesta, carecían de un fundamento ubicado fuera de la palabra. Cuando los argumentos se reflejan vacíos en un discurso que busca sólo la aprobación. Cuando la palabra pareciera jugarse hasta dar la victoria para aquél que lograra dominarla. La razón está dada, pues, para aquel que en un juicio logre demostrar que lo sostenido por la contraparte carece de coherencia y sentido, y no ya de verdad como se creía en la antigua Grecia[2]. Cuando la obtención y búsqueda por el conocimiento se hizo de lo más común, llegando a ser esta actividad un valor que se le asigna a la existencia, es decir, cuando la importancia del conocimiento se situó sólo en las palabras del discurso. Pero de un discurso que no pretende fundarse como sentido regidor de la existencia humana, sino que reproduciéndose así mismo, en varios medios, se mantiene de manera fugaz. El sentido de la vida no se encuentra fuera del discurso, de modo que aunque presente en este, como regidor de la misma, sólo fuera para afirmarse y no ya para producirse. Que si bien la dirección de un discurso, y en este caso puede ser llamada el sentido, oculto o no, se da y reafirma, ambas acciones, en el discurso. La dirección, el sentido que el hombre tiene está dado por un discurso vacío que pretende fundar la fugacidad como el fundamento. La vida del hombre, ahora, nace y termina en el discurso.
            El discurso que convence es el que otorga razón y es justo llamarlo sentido cuando gracias a él se legitiman acciones. Sin embargo, más que escribir acerca del discurso me ocuparé del lenguaje. Dar un paso anterior a la pregunta por el discurso es ir a la del lenguaje. Pues ¿cómo el material de que se hace el discurso puede alojar el sentido? He dicho que el sentido se da en el discurso, pero ¿hasta qué punto es posible que se aloje ya en el lenguaje? (Lenguaje entendido como signos comunicantes en cualquier presentación, también como sistema en cuanto que depende de una gramática que regula la claridad en la comunicación.) Si el discurso muda, el lenguaje también lo hace. Sin embargo, es posible aun así, la comunicación. ¿Cuál es entonces aquello que permanece en el lenguaje que aunque cambiante, según el discurso que lo maneje, se mantiene?
            Si el lenguaje según lo visto hasta ahora se entiende sólo como herramienta, se pretende investigar, a través de posts subsecuentes, la capacidad que puede tener de, incluso antes del discurso, mostrar  un sentido. Que si bien los sentidos o direcciones que toman las palabras se determinan en el discurso, advierten ellas ya un sentido dado provenientes de un sentido aún más profundo y fundamental del surgido mediante el discurso.
            Todo esto ha sido en razón para preguntarse por el lenguaje. Para preguntarse por el “instrumento” usado para la obtención, de lo que comúnmente se asegura es la clave para resolver la pregunta de ¿hacia dónde vamos y de dónde venimos?, del conocimiento. Pues como se ha dicho, el sentido surge en la fragilidad del discurso llegando a definir la existencia del hombre, por lo que sugiero la importancia que debe tener el lenguaje en el discurso.
No pongo en tela de juicio la situación del discurso como fundador de sentido, sino que pretendo dar un giro hacia el material con el que se hace. Pues suele olvidarse que al preguntar se supone ya un sentido. Esto es así porque esperamos y pensamos en una respuesta adecuada a la pregunta, y en este caso se sabe ya algo de la respuesta, o al menos se supone, a saber, que la información encontrada será siempre valorizada según cierta perspectiva, discurso, que haya logrado convencer o determinar la razón por la cual se debe actuar al respecto. Se puede decir también que en base a discursos ya conocidos es cómo se conocerá algo nuevo. Pero si seguimos preguntando por algo que sabemos nos será dado por el discurso, es buscar algo fugaz esperando que sea permanente. Es decir, si preguntamos acerca de la existencia del hombre, es necesario no asumir el sentido fugaz que nos brinda el discurso mutable como la clave última que la funda (la existencia).



[1] Quizá haya discusiones lingüísticas acerca del concepto palabra que por el momento no existe necesidad de presentar. Aunque yo lo utilizo aquí para referirme a cualquier signo expresado y que forme parte de un sistema de lenguaje.
[2] Véase Protágoras de Platón en “Diálogos”. Su visión de que las cosas son según la medida que le pongan los hombres tiene dos interpretaciones: una, que la verdad es impuesta según deseos del hombre, y la otra, que el hombre no pudiendo superar sus capacidades en cuanto tal, se aproxima a la verdad tanto como sus sentidos le permitan, de modo que la medida aquí es la aproximación hacia la verdad ejercida por los hombres.

La era de la información



Fernando Granados

La revolución industrial en su primera fase provocó un aumento de la producción y el flujo de capital dentro y fuera de Inglaterra. Este movimiento social y económico en su segunda fase reconoció en sí mismo lo que hacía de la industria una fuente poderosa de valores que perfeccionó y explotó sin mesura para encabezar la carrera de producción. El método y la técnica tan comentados y estudiados en el campo de la ciencia moderna y filosofía moderna, caso destacable de Francis Bacon, ahora encontraba espacio para su empleo efectivo y reconocido valor que se dejó ver en las inversiones para el desarrollo de mejores y más sofisticadas maquinas. El conocimiento se pagaba en oro y quienes adquirían las mejores cadenas de producción tenían consigo grandes riquezas. La técnica y el método fueron adoptados y separados de los ideales morales que se le imputaban. La miseria, abusos y muerte se alinearon al nuevo sistema de oferta y demanda que exigía para su desarrollo el consumo de vida humana, el de la mayoría que no era propietaria sino trabajadora y consumidora. Los medios económicos en este periodo, con sus usos y abusos, cambiaron el ritmo de vida de la humanidad y propiciaron nuevos problemas a nivel global sin precedentes.

El auge de la producción exigía en todos los países industrializados una carrera de desarrollo que revelara nuevos y mejores métodos de producción, las maquinas generaban máquinas y los instrumentos facilitaban la producción de mejores instrumentos, el dominio de lo material cada vez era más especializado y abría horizontes insospechados como la producción de nuevos materiales, el uso de combustibles, la idea de exploración espacial, máquinas de guerra de destrucción masiva, etc. La ciencia propició estos desarrollos gracias al financiamiento de la industria y a los premios que acarreaban un nuevo descubrimiento científico para la producción y la economía.

El sentido de esta intervención versa sobre la lectura de los efectos propiciados en los campos de información y técnica; ciencia y filosofía en el conocimiento. Entre nosotros viven las generaciones que fueron testigos de los rápidos cambios sociales. En el caso de Latinoamérica y particularmente México estos cambios no sucedieron de la misma forma pero se instauraron en la exigencia de alineación con la nueva tendencia global del capitalismo y el desarrollo industrial para la competitividad. Su eficiencia es otro tema, pero los efectos que rebasaron fronteras y se instauraron a la par de otros países siguen vigentes, me refiero a la implementación de sistemas no sólo productivos sino de intercambio, servicios que fueron privados, después públicos y ahora necesarios para las sociedades, transporte, comunicación y producción.

Actualmente somos herederos de los procesos tecnológicos que desataron el aumento exponencial de la información. Las fuentes de información decimonónicas no eran diferentes a las de siglos pasados, libros,  manuscritos, compilaciones etc. Todos medios físicos y locales que su alcance podía medirse en número de ejemplares por la distribución y conocimiento entre los sectores letrados. Noticias y hechos se transmitían oralmente o por medio de cartas e informes de mensajeros que tardaban semanas en llegar a los remitentes.
Nosotros, herederos de los petabytes de información digital, vivimos en un mundo que ha cambiado de medios de supervivencia como de poder. La era de la información comenzó con la revolución industrial y creció con la aparición de computadoras cada vez más potentes. Hoy tenemos un universo de información disponible y que crece rápidamente. La ventaja del conocimiento es capital entre individuos como en naciones, el poder y el dominio de la información nunca fueron tan influyentes en los conflictos globales, en la diplomacia, y en lo cotidiano del gran sector de las sociedades que permanecen espectadoras de los hechos. 


La globalización de las telecomunicaciones permitió  la transmisión a todos los países del mundo las noticias más recientes, el intercambio de información y la comunicación por diversos medios como el teléfono, internet, radio y televisión. Los dueños de estos sistemas en la actualidad poseen gran influencia para los intereses que representan, así lo trata Noam Chomsky en Los guardianes de libertad. Ya sea manipulación o persuasión, se ha demostrado que son poderosos medios para lograr el consenso, la negación, o aceptación de cualquier cosa. La infraestructura de la comunicación se globalizó y, con ello, un nuevo medio para los fines políticos mundiales se materializó y quedó en manos de los principales capitales del mundo.
Desde la perspectiva de la filosofía, estos cambios han arrojado nuevos horizontes de pensamiento. Pensar la información no es tan simple como enunciarlo, es más, no es la manera de enunciarlo, adecuadamente; diría que es pensar lo relacionado a la información y su vertiginoso cambio de medios. El lenguaje de las telecomunicaciones no es un lenguaje humano propiamente, se habla de un sistema binario, hexadecimal y decimal como base de cualquier lenguaje artificial de programación para el procesamiento de la información, curiosamente ya tratado por Francis Bacon en el siglo XVII. La importancia de estos sistemas y lenguajes es en gran medida campo de la ciencia pero sus efectos y usos han transformado radicalmente las áreas donde son empleados. Para algunos filósofos han surgido con este fenómeno nuevas herramientas que contribuyen al enriquecimiento intelectual que revele nuevos horizontes para resolver las cuestiones filosóficas de nuestros días, así lo ve Luciano Floridi en su propuesta de Filosofía de la información.

Pensar la información conlleva atender prima facie sus implicaciones epistemológicas para derivar de ello lo referente a las estéticas y políticas. Pero en realidad, a cuatro décadas de la Era digital la preponderancia de lo estético y lo político se dejan percibir autónomamente, como lo pensará Floridi en la información semántica; destacar los aspectos sociológicos y culturales de la información nos acerca a la relación mente-ordenador que se interpreta en la interfaz de los lenguajes artificiales que actualmente se desarrollan más en la parte gráfica e intuitiva, más idéntica al modelo de pensamiento humano, con la pretensión de hacer fácilmente accesible el universo de información que se encuentra en la red.


 Las pantallas han sido capitales en esta función con el enriquecimiento de una realidad efímera en un mundo estético digital, no sólo en ordenadores sino en todo tipo de pantallas como la televisión. La construcción de un mundo cotidiano y mediado en estos aparatos nos ha dotado de elementos nuevos en el desarrollo de nuestras vidas. Ya sea para informar, educar o entretenerse la presencia en lo cotidiano admite una influencia política importante para los dueños de estos medios y la necesidad de una educación sobre el discernimiento adecuado entre realidad y ficción, que a mi parecer se reduce a la discriminación crítica de la información que exige el empleo adecuado de la lógica que en su caso contrario en la presencia de sesgos cognitivos es fácil el extravió moral y lógico lo cual favorece la manipulación.


La cuestión fundamental sobre la información será en todo caso epistemológica y atenderá la naturaleza de esta información. La novedad del fenómeno versa sobre el corto periodo de desarrollo de estos medios y cómo su aparecimiento ha suscitado cambios estéticos, políticos y epistemológicos.

Observaciones sobre la relación entre Filosofía y Neurofisiología (Capítulo I)


Myriam Juárez M.

El conocimiento científico es considerado, por principio, conocimiento objetivo[1] sobre los hechos que acontecen en las respectivas áreas de las que se ocupan sus múltiples divisiones. A pesar de ello, es muy razonable pensar que siendo esta ciencia resultado de la producción humana, también es susceptible de contener -y continuar produciendo, por el resto de su historia- múltiples fallas y errores en lo que respecta a su principio de objetividad y respecto a muchos otros ámbitos, aún después de haber transcurrido siglos desde el inicio de las primeras investigaciones y construcciones teóricas en su nombre. En la presente intervención, hablaremos sobre el caso particular de una ciencia que ha tenido y continúa teniendo problemas de objetividad, al mezclar y confundir sus objetos y sus límites de estudio con aquellos que competen a la filosofía; la ciencia a la que me refiero es la Neurofisiología.
Para hacer patente lo que acabamos de señalar, haremos uso de un ejemplo ilustrativo, tomado de los escritos de uno de los teóricos de esta ciencia. La cita es la siguiente:
Los científicos materialistas […] afirman […], que es el análisis empírico del funcionamiento completo del sistema nervioso lo que, puede llevarnos al conocimiento de todas las actividades mentales […].[2]
A primera vista, no nos parece hallar nada propiamente incorrecto en el enunciado anterior, pero esto no asegura que efectivamente no lo haya, sino más bien, confirma que nosotros estamos inmersos en la disposición -consciente o inconsciente- de aceptar, que las afirmaciones que dicha ciencia efectúa y también aquellas otras que presupone para poder afirmarlas, son correctas (es decir, que corresponden a observaciones –objetivas- fidedignas provenientes de objetos y sucesos que le son propios). Una, de las muchas observaciones que podríamos realizar del anterior fragmento, es que en él se hace referencia al conocimiento de actividades mentales.

En primer lugar, podemos ofrecer una descripción de aquello a lo que llamaremos mente: “Un inventario de las características mentales de un adulto normal incluye sensaciones, percepciones, pensamientos, memoria, y creencias; intenciones, decisiones, propósitos, acciones y deseos; dolor y placer, emociones y estados de ánimo; y cualidades de temperamento o personalidad, tales como generosidad, valor o ambición.” [3]
Ahora, el hecho de que se afirme que puede conocerse la totalidad de las actividades mentales a partir de un estudio empírico del funcionamiento del sistema nervioso, puede empezar a sonar un poco extraño una vez que tenemos presente una intuición sobre la naturaleza de las actividades mentales; esto es así porque podemos notar que la naturaleza de la actividad de memorizar algo, es diferente a la naturaleza de un sistema corporal como lo es el sistema nervioso. De hecho, uno de los principios de la ciencia desde el siglo XVII, consiste en limitar su estudio de la materia, al estudio que se ha considerado propio de un objeto inanimado, es decir, limitarse a sus consideraciones físicas y químicas.
Y es precisamente sobre este hecho en el que podemos hacer alusión a Descartes, filósofo cuyo pensamiento influyó fuertemente para que la ciencia tomara ese rumbo, y que paradójicamente, influye, también, en el de la desviación de la misma hacia un rumbo completamente contrario. Me explicaré a continuación.
Interesado en dejar atrás el animismo que se adjudicaba al mundo físico (entendido como una especie de asignación de características mentales a los objetos) como teoría científica obsoleta, Descartes postula una división de sustancias que favorecerá la aceptación de un estudio mecanicista para los objetos corpóreos, es decir, el estudio de los cuerpos materiales únicamente como estructuras mecánicas y, más importante aún, como mecanismos inanimados, totalmente insensibles e indiferentes a cualquiera de sus movimientos y cambios.[4]
La primera naturaleza (o sustancia) perteneciente a los objetos, que Descartes propone, es la corporal, es decir aquella que corresponde a todo lo que es extenso y ocupa un lugar en el espacio, es decir, los objetos materiales. La segunda es la mental, es decir aquella que corresponde al pensamiento y que se señala -en oposición a la primera- como incorpórea. Otra distinción importante en lo que refiere a los objetos de estas dos naturalezas, es que los primeros son susceptibles de conocimiento público, pero los de la segunda clase, son completamente privados.[5] Es gracias a esta separación, que la física -a partir de su época- adquirió las bases para limitarse únicamente al estudio de los objetos correspondientes a la primera sustancia, es decir, los objetos corporales y espaciales; y de este modo, dicha ciencia quedó liberada del estudio de la supuesta naturaleza mental que se les atribuía.
Habiendo repasado lo anterior, podemos volver al ejemplo que nos condujo hasta este punto, y preguntarnos lo siguiente: ¿Por qué motivo resulta ser que, si la ciencia ha aceptado hasta ahora como suyos (hasta donde tenemos conocimiento) los límites marcados por Descartes y la filosofía mecanicista (entre otros), la Neurofisiología parece indicarnos que sus límites han vuelto a ampliarse, hasta enlazarse con el estudio de lo mental? Para ayudar a elaborar una respuesta, podemos dirigirnos nuevamente a la filosofía de Descartes.
La propuesta dual de las sustancias en nuestro autor, da un giro cuando el pensamiento -de hallarse imposibilitado para tener una ubicación espacial, dada su incorporeidad- pasa a ser ubicado al interior del sujeto. Con esta modificación en la propuesta original, lo que ahora puede colegirse es, tanto que el sujeto queda dividido en dos sustancias (la mental y la corporal), así como que, el pensamiento (ahora señalado como interno) queda dividido y separado del mundo físico en general (incluyendo al cuerpo, como ya lo señalamos), es decir de lo externo. Ahora bien, de la primera afirmación se derivan problemas como el de la relación mente-cuerpo, y de la segunda, teorías (también problemáticas en algunos sentidos) tales como la Teoría causal de la percepción, que explicaremos brevemente dada su estrecha relación con nuestra respuesta.
Dicha teoría acepta y presupone la nueva ubicación para lo mental en la propuesta cartesiana, y, a partir de ella, desarrolla la existencia de dos realidades distintas (esto, derivado del dualismo irreconciliable que se acepta en tales presuposiciones): la realidad del mundo –independiente de nuestro pensamiento-, y la realidad mental, que es la que podemos conocer gracias a las representaciones que producimos al ser afectados por los objetos corporales del mundo físico; estas representaciones entonces, no resultan ser sino parte de una realidad diferente, derivada de los efectos provenientes del mundo externo. Ahora, el hecho de que se tengan representaciones gracias a dichos efectos, no puede hacer más que suponer, primero, que para ser afectados se requieren órganos que actúen como receptores, tales como los sentidos, las fibras nerviosas y el cerebro; y posteriormente suponer que –de alguna manera no especificada- la representación motivada por tal efecto, es llevada a cabo por la mente.  
Es en lo anterior, donde logramos visualizar muchos de los problemas generados por esta teoría, que desde la primera propuesta de Descartes no era posible derivar. Entre los múltiples problemas que hallamos, podemos resaltar el hecho de que por primera vez (desde que iniciamos la exposición del pensamiento de nuestro autor) se realiza una conexión entre la actividad mental y un órgano físico, tal como el cerebro.
En conclusión, y, con la intención de dar una respuesta breve pero concreta -por el momento- a nuestra pregunta inicial, podemos decir que esto es así, dado que la Neurofisiología ha aceptado y presupuesto tesis y teorías de carácter filosófico –y para concluir esto, basta con hacer una revisión al pensamiento filosófico que hemos explicado anteriormente- al interior de su construcción como ciencia, y al hacer esto, éstas han influido en ella al grado de modificar su objeto de estudio original y, por lo tanto, sus límites.
En próximas intervenciones, estudiaremos algunos de los problemas filosóficos entretejidos con teorías neurofisiológicas, exponiendo a su vez, las relaciones y efectos de estos en dicha ciencia.[6]




[1] Entenderemos aquí por conocimiento objetivo, aquél que refiere a las observaciones del objeto de conocimiento de modo que éstas refieran a las cualidades y sucesos auténticamente correspondientes al objeto mismo, sin verse afectados o influenciados por el pensamiento o sentimiento propio del observador.
[2]  Extraído de DOCTRINAS FILOSÓFICAS, PROCESOS MENTALES Y OBSERVACIONES EMPÍRICAS, LARA ZAVALA, Nydia; MUÑOZ FRANCO, Arturo y otros. Revista Contextos XVII-XVIII/33-36, 1999-2000 (págs. 31-57). Pag. 35. La cita original señalada en la bibliografía de dicho artículo- es la siguiente: ROMO, R. y A. ROMO, La reconstrucción de la realidad, Ciencias Cognitivas, ICyT, Vol. 12, No. 163(1990):29-36.
[3] Extraído de CUERPO Y MENTE, CAMPBELL, Keith. [Traducción: Susana Marín], UNAM, México, 1987. Pág. 7.
[4] Vid. Neuromitología y cualidades ocultas en el cerebro, LARA ZAVALA, Nydia. Revista Diálogos, 85 (2005). Pág. 5. Véase también: El problema mente-cerebro: sus orígenes cartesianos. MARTÍNEZ VELASCO, Jesús. Contrastes. Revista Interdisciplinar de Filosofía, vol. I, (1996), pp. 191-210.
[5] Vid. Neuromitología y cualidades ocultas en el cerebro, LARA ZAVALA, Nydia. Revista Diálogos, 85 (2005). Pág. 4. Véase también: El problema mente-cerebro: sus orígenes cartesianos. MARTÍNEZ VELASCO, Jesús. Contrastes. Revista Interdisciplinar de Filosofía, vol. I, (1996), pp. 191-210.
[6] Para aquellos interesados en nuestro tema, recomiendo los artículos de la Dra. Nydia Lara Zavala, que pueden encontrarse en la red, y que me ayudaron enormemente en la elaboración de la presente intervención. Los títulos de la Dra. Nydia Lara, de los cuales se nutrió este artículo, pueden encontrarse en los pies de página del presente escrito.