Haydee De Alba Carranza
Con
este post se pretende ir abriendo paso a las preguntas acerca del lenguaje. Es pertinente entonces y, aun, necesario comenzar
con la enunciada al final del párrafo. Una pregunta, tomada en modo general,
representa en cada indagación, por distinta que sea, el inicio del camino para
el conocimiento. Y justo es hacer aquí otras dos preguntas distintas a la que guiará
esta serie de posts: Primera, ¿Cuándo se da un paso anterior a la pregunta que
cuestiona por el conocimiento?, segunda ¿Cuándo la pregunta ejerce su propia acción
hacia ella misma? La pregunta como expresión lingüística está compuesta por
palabras[1], que en cuanto tales
contienen la suposición de que la respuesta pueda ser dicha. Es decir, la materia con la que preguntas y respuestas
trabajan es la misma. Ellas no podrían ni preguntar ni responder sino es por y
con, respectivamente, la materia de que están hechas, a saber, el lenguaje.
Arribamos así a la pregunta principal ¿qué es el lenguaje?
Por el momento me quedaré en la
pregunta (el preguntar) por la pregunta (el objeto). Usualmente se orienta esta
acción hacia cuestiones externas a la pregunta, busca razones de objetos
distintos de ella, como por ejemplo: ¿cómo está el clima?, ¿cuándo será el
examen?, ¿qué son las reformas?, ¿cuál es el origen del ser humano, del
planeta?, ¿cuáles son los síntomas de cierta enfermedad?, ¿qué debo comer,
vestir? Los textos, anuncios comerciales, investigaciones científicas, y en general,
la información con la que somos constantemente bombardeados y abordados, son
una serie de respuestas a la búsqueda
continua de conocimiento; el que pretende hallarse fuera del hombre pero que no
escapa del discurso, pues los elementos encontrados se valorizan según el
hombre. Y decir que somos abordados con la información es porque el conocimiento
se considera ilimitado, y hay tantas direcciones en “las respuestas” que
siempre se es culpable a ojos de alguien y, además, la culpa se considera es de
quien no conoce. El conocimiento es equivalente a la obtención de información. En
ocasiones el discurso intenta rescatarle
algo propio por el que sea en sí mismo valioso y por el que este, el
conocimiento, sea tratado como garantía de un sentido regidor del hombre; pero
queda, sin embargo, en la esfera de la información: ubicándose (el
conocimiento) sólo como posesión de lo que alguien dijo.
Hemos dispuesto del conocimiento
agregándole siempre el valor y poniendo la actividad de conocer en un pedestal.
Asegurando que en ella se encuentra lo más buscado, lo que revelará el secreto
de la vida, pero al fin y al cabo se sigue ubicando fuera, como algo que
debamos hallar según siempre nuestro modo de ver. Pues al ser nosotros los
buscadores siempre podremos manipular lo encontrado, esto mismo, lo encontrado,
resulta o surge según lo que conocemos, por lo que de encontrar el secreto
sería siempre, según el hombre, y no ya “el secreto” como independiente de
nosotros y en este sentido fundador de la vida.
Cuando el conocimiento se ha ubicado
en la cima y en el fondo de lo que a final de cuentas sería el hombre, este es
valorizado según su conocimiento. Su valor se da en algo que alguien posee, en
la información poseída por algún otro que juzga. La relación que existe entre
el conocimiento y el discurso es que la información que se convierte en
conocimiento cuando alguien la posee, se da a través de un discurso. Y es este
el que puede hacer válido un conocimiento. Sin embargo, el discurso es fugaz
del mismo modo que la posesión. Así, es posible afirmar que es el discurso la
razón por la que se muda de conocimiento para llevarlo a la aplicación: lo que
debiera hacerse se ubica en lo sostenido en el discurso.
¿Cuándo se hizo necesaria la pregunta
principal? Cuando los discursos políticos, de abogados, y de cualquiera que
pretendiera buscar una respuesta, carecían de un fundamento ubicado fuera de la
palabra. Cuando los argumentos se reflejan vacíos en un discurso que busca sólo
la aprobación. Cuando la palabra pareciera jugarse hasta dar la victoria para
aquél que lograra dominarla. La razón está dada, pues, para aquel que en un
juicio logre demostrar que lo sostenido por la contraparte carece de coherencia
y sentido, y no ya de verdad como se creía en la antigua Grecia[2]. Cuando la obtención y
búsqueda por el conocimiento se hizo de lo más común, llegando a ser esta
actividad un valor que se le asigna a la existencia, es decir, cuando la
importancia del conocimiento se situó sólo en las palabras del discurso. Pero
de un discurso que no pretende fundarse como sentido regidor de la existencia
humana, sino que reproduciéndose así mismo, en varios medios, se mantiene de
manera fugaz. El sentido de la vida no se encuentra fuera del discurso, de modo
que aunque presente en este, como regidor de la misma, sólo fuera para
afirmarse y no ya para producirse. Que si bien la dirección de un discurso, y
en este caso puede ser llamada el sentido,
oculto o no, se da y reafirma, ambas acciones, en el discurso. La dirección, el
sentido que el hombre tiene está dado por un discurso vacío que pretende fundar
la fugacidad como el fundamento. La vida del hombre, ahora, nace y termina en
el discurso.
El discurso que convence es el que
otorga razón y es justo llamarlo sentido cuando gracias a él se legitiman
acciones. Sin embargo, más que escribir acerca del discurso me ocuparé del
lenguaje. Dar un paso anterior a la pregunta por el discurso es ir a la del
lenguaje. Pues ¿cómo el material de que se hace el discurso puede alojar el
sentido? He dicho que el sentido se da en el discurso, pero ¿hasta qué punto es
posible que se aloje ya en el lenguaje? (Lenguaje entendido como signos
comunicantes en cualquier presentación, también como sistema en cuanto que
depende de una gramática que regula la claridad en la comunicación.) Si el
discurso muda, el lenguaje también lo hace. Sin embargo, es posible aun así, la
comunicación. ¿Cuál es entonces aquello que permanece en el lenguaje que aunque
cambiante, según el discurso que lo maneje, se mantiene?
Si el lenguaje según lo visto hasta
ahora se entiende sólo como herramienta, se pretende investigar, a través de posts
subsecuentes, la capacidad que puede tener de, incluso antes del discurso, mostrar
un sentido. Que si bien los sentidos o
direcciones que toman las palabras se determinan en el discurso, advierten
ellas ya un sentido dado provenientes de un sentido aún más profundo y
fundamental del surgido mediante el discurso.
Todo esto ha sido en razón para
preguntarse por el lenguaje. Para preguntarse por el “instrumento” usado para
la obtención, de lo que comúnmente se asegura es la clave para resolver la
pregunta de ¿hacia dónde vamos y de dónde venimos?, del conocimiento. Pues como
se ha dicho, el sentido surge en la fragilidad del discurso llegando a definir
la existencia del hombre, por lo que sugiero la importancia que debe tener el
lenguaje en el discurso.
No pongo en tela de juicio la
situación del discurso como fundador de sentido, sino que pretendo dar un giro
hacia el material con el que se hace. Pues suele olvidarse que al preguntar se
supone ya un sentido. Esto es así porque esperamos y pensamos en una respuesta
adecuada a la pregunta, y en este caso se sabe ya algo de la respuesta, o al
menos se supone, a saber, que la información encontrada será siempre valorizada
según cierta perspectiva, discurso, que haya logrado convencer o determinar la
razón por la cual se debe actuar al respecto. Se puede decir también que en
base a discursos ya conocidos es cómo se conocerá algo nuevo. Pero si seguimos
preguntando por algo que sabemos nos será dado por el discurso, es buscar algo
fugaz esperando que sea permanente. Es decir, si preguntamos acerca de la
existencia del hombre, es necesario no asumir el sentido fugaz que nos brinda
el discurso mutable como la clave última que la funda (la existencia).
[1] Quizá haya discusiones
lingüísticas acerca del concepto palabra que
por el momento no existe necesidad de presentar. Aunque yo lo utilizo aquí para referirme a cualquier signo
expresado y que forme parte de un sistema de lenguaje.
[2] Véase Protágoras de Platón en “Diálogos”. Su
visión de que las cosas son según la medida que le pongan los hombres tiene dos
interpretaciones: una, que la verdad es impuesta según deseos del hombre, y la
otra, que el hombre no pudiendo superar sus capacidades en cuanto tal, se
aproxima a la verdad tanto como sus sentidos le permitan, de modo que la medida
aquí es la aproximación hacia la verdad ejercida por los hombres.
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