Haydee De Alba
Carranza
En este post
tratare acerca del vacío en Epicuro que a su vez devela la importante relación
entre universo y alma. Ahora que estamos en época navideña, año nuevo y días
que invitan a la reflexión me pareció oportuno abordar la relación de la
ciencia natural y la ética a partir de este elemento. El que apareció en medio
de cavilaciones acerca de tales fechas. Pues son días en que se suele comprar y
comprar, y en medio de toda esa vorágine de compras que no parecen compulsivas
por estar justificadas en la convivencia armoniosa y en el amor que se da y
recibe, apareció la pregunta por la necesidad de consumir, de llenarse, pero
llenar ¿Qué?. El post girara en torno al
modo de ver este vacío en nuestros días y en Epicuro en los suyos. Un vacío
existencial que, visto desde Epicuro parece sustentarse en la ciencia física.
Vacío visto en el alma como el deseo que pide ser llenado. Al final dejo
abierta una pregunta que exigiría mucha más investigación pero que dado lo
tratado en este post tiene mucha pertinencia.
Mientras que en
medio de las tremendas compras compulsivas se pretende asegurar el relleno de
nuestra persona y que de algún modo podría uno arriesgarse a decir que ese vacío
que se busca llenar, y no precisamente porque uno se sienta solo y triste sino
porque todo el derroche de dinero en productos repercute, además de en el
llenado de los bolsillos de todos los empresarios, comerciantes involucrados,
en que nos sintamos aliviados en una situación de bienestar o confort. De
manera casi inconsciente se admite que lo que hemos comprado ha venido a cubrir
algo que llamamos deseo o en otros casos, se asegura, una necesidad. Algo,
pues, que necesitaba ser cubierto ya fuese porque faltaba que se llenase por
completo o porque se encontraba completamente vacío. Es así que este juego de
palabras no dice más que lo que es obvio pero que suele olvidarse, que si no
hubiera tal vacío, tal deseo, o en ocasiones necesidad, no existiría.
Epicuro parte de la ciencia
física y del entendimiento de la naturaleza para hacer calca de lo que sucede
en ellas, en la moral y ética humanas. El vacío físico que supone Epicuro hace
ver en el comportamiento humano también un vacío en su existencia, tomando al
deseo como la muestra más evidente de esto, pero en tal consideración también
se muestra el vacío espiritual. El deseo, pues, no es puramente corporal sino
que constituye, sin que se haga patente una dualidad, también el espíritu (digo
que no se trata de una dualidad como lo pensamos ahora en nuestros días porque
el alma o espíritu también es materia, igual que el cuerpo)[1].En
este sentido nuestro autor parte de la naturaleza y el cosmos para hablar del
deseo, como el vacío que siempre está requiriendo ser llenado y por tal motivo
hace al hombre moverse.
Entre nosotros se habla de un vacío existencial, como si se fuera en
busca de una esencia que nos constituyera como personas, humanos, la cual estaría
cubierta por ese vacío que no nos dejara apreciarla o como algo que estando
presente en el cuerpo y espíritu es siempre desplazada por el vacío que se hace
patente en el deseo, se trataría de una suerte de descubrimiento. Una esencia
que formara parte de toda la serie de relaciones del universo y que desde
siempre, desde que somos humanos nos constituyera.
Pero el caso es que también en
Epicuro el deseo es necesario para existir. Esto admite a su vez que el hombre está
constantemente vacío. ¿En qué sentido puede hablarse del vacío existencial que
se genera a partir del espiritual y que puede llamarse deseo (el cual es
necesario para que el hombre lleve a cabo cualquier acción)? ¿No estaría
Epicuro asegurando más tarde un vacío existencial en el hombre como suponemos
hoy ese vacío, como falto de esencia “humana”? Bueno, resulta que a partir de
que nuestro filósofo asegura que todo está cubierto por átomos, el vacío no
significa lo inexistente[2]
sino que es como se denomina al espacio por el que circula todo y por el
que de hecho es posible hablar de movimiento. El vacío no estaría, en este
sentido, vacío sino siempre lleno. Es
el espacio por el que fluye todo átomo y todo compuesto de éste; pero cabe
decir que, si todo está compuesto por átomos este vacío o espacio es lo que no está
compuesto por esos sino lo que los sostiene. Pero por otro lado, si todo está
hecho de átomos aquello que no sea por los mismos compuesto ¿Seguiría siendo
materia? Porque de no ser así el espacio (el vacío epicúreo) sería inexistente
como materia, atómica al menos. Y en este sentido el vacío, el espacio, aunque
estuviera ocupado siempre por átomos, él en sí mismo seria inexistente en
cuanto materia de tal tipo. Y regresaría la cuestión de si ese vacío, espacio
cósmico del que se desprende la teoría ética epicúrea asegura en ésta el vacío
existencial y espiritual, en el cuerpo y el alma. Como desde el primer post,
nuevamente se muestra que lo que parece dar movimiento e iniciar acción en la
vida del hombre es también el veneno que puede desequilibrarla.
Un vacío existencial que asegura
el movimiento vital en todo ser humano, según Epicuro, que expresado mediante
el deseo se vuelve generador de actividad que retribuye en el placer humano, y que
llevado justamente en un equilibrio permite la felicidad y tranquilidad del
hombre es un vacío positivo. El alma es un resplandor del cosmos que en su
interior (del alma) están dadas ya de algún modo las normas éticas, el modo
correcto de actuar del hombre. Y dado que se acepta esto en Epicuro, que lo que
rige en la naturaleza ha de regir en el mundo humano, la relación alma cosmos aseguraría
siempre el vacío existencial y espiritual en el hombre, dada esta relación alma
cosmos.
La idea de la esencia del hombre en Epicuro y aun en nuestros días,
es alimentada por la relación alma cosmos que asegura un vacío en cada uno de
nosotros. Pensar una esencia del hombre para actuar entre nosotros es recurrir
a algún tipo de materia que la respalde, pues aunque podamos hallarla en
nuestro interior sería preciso que algo fuera de nosotros la avalara, como una organización cósmica, algo con lo que
podamos contrastar y que de manera necesaria resulte la esencia buscada. Pensar
en la esencia de lo humano es pensar a su vez en que hay algo que nos falta
para ser humanos, o que teniéndolo aún no hemos descubierto, pensamos en que
hay un vacío que no nos permite apreciarla o que tal vacío es necesario que sea
llenado por la esencia humana, pero según Epicuro ese vacío es lo que hace
mover al hombre y forma parte de su esencia de ser hombre.
El vacío aquí fue
un intento de mostrar que lo que hoy consideramos como búsqueda espiritual
puede tener un fundamento en una visión universal cósmica de las cosas, como hace
tiempo lo había pensado Epicuro. Pero valdría la pena abrir la siguiente pregunta:
¿Qué implicaciones tiene tratar de hacer una calca de las ciencias físicas en
la ética? ¿Es completamente valido imitar lo que sucede en la naturaleza en el
comportamiento humano? Porque si hemos de pensar en que el hombre se sume de
vez en cuando en un vacío existencial-espiritual y pensamos ese vacío como lo
pensó Epicuro, como necesario dada la relación alma-cosmos, entonces tal vacío
es parte de su esencia y el deseo, en su expresión más común del vacío, sólo
debe equilibrarse: el vacío sólo debería equilibrarse. Pero ¿qué justificaría
nuestro comportamiento según la naturaleza? Las preguntas siguen abiertas, ¿Es
posible que no actuemos en el plano de la ética siguiendo parámetros de las
ciencias físicas sin que eso signifique actuar erróneamente?
Bibliografía
García Gual, C., Jesús Imaz, María, La filosofía helenística, Síntesis,
España.
García Gual, Carlos, Epicuro, alianza, España, 2002,
(Col. Biblioteca temática- clásicos de Grecia y Roma, en col. Libro de
bolsillo).
[1] Aunque en la teoría Epicúrea se hace la distinción entre los átomos
que constituyen el cuerpo y los que constituyen el alma, estos son más
sensibles que los del cuerpo y por ello conducen al sabio a una vida feliz. García
Gual, C., Jesús Imaz, María, La filosofía
helenística, Síntesis, España, p. 75.
[2] Parménides, un pensador presocrático pensaba en el vacío como lo
inexistente. Ibíd., p. 70
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