jueves, 2 de enero de 2014

Si es mi tranquilidad no la tuya ¿Por qué hacer algo por ti?

Haydee De Alba Carranza

En esta ocasión hablaré un poco de la ética de Epicuro, que me pareció interesante abordar porque, según lo que se ha venido tratando en los post anteriores, pareciera que la filosofía epicúrea apuntara hacia un individualismo radical. Siguiendo al placer como forma de lograr la tranquilidad pareciera sugerirse una desunión de nosotros para con lo exterior, pero, como veremos, no es así. En su momento Epicuro trataba precisamente de soltarse y de soltar al hombre de cualquier atadura, quería que éste fuera libre, buscaba dar esperanza en medio de la desesperanza social. Por lo que rechaza el determinismo y asumirá la libertad en la materia, la cual, conformando al hombre en tanto compuesto atómico, hará libre al hombre al menos en lo espiritual. Comienzo con unas preguntas que pretenderían arrancar de la cotidianidad el sentido negativo que se le da al egoísmo y que, sin embargo, se asume en la base de las acciones humanas cotidianas (generalizando) como el actuar “correcto” hacia una vida tranquila, como lo que asegurara la obtención personal de lo placentero no sólo en lo inmediato sino a lo largo de aquella. Con Epicuro veremos que no es un placer inmediato el que se busca sino un placer que se extienda hacia cualquier rasgo de nuestra vida, no se trata, pues, de coleccionar placeres sino de vivir el placer que proporciona la tranquilidad del alma.
Así, pues, comienzo:
¿Qué me importa la vida de los otros y su tranquilidad? ¿Por qué debería actuar de algún modo correcto para con los otros? ¿Cómo deberíamos actuar, según Epicuro, con los demás? ¿Pues que no se trataba de encontrar la tranquilidad en la vida, en la de uno?
Sí, las fuertes agitaciones sociales de su tiempo, el de Epicuro, habían orillado a los pensadores a preguntarse acerca de las cuestiones personales que aunque desde siempre el hombre había padecido, entonces se hacían patentes. En el fondo, todo este preguntar era producto de una necesidad de resolver asuntos que no permitían una existencia feliz y en paz. La polis se había quedado sin ciudadanos, por decirlo de alguna manera, pues no eran las personas que se habían interesado por el bienestar del pueblo las que ahora lo componían. Sus ciudadanos eran personas que procuraban por su individualidad más que otra cosa.
                Nuestro filósofo, envuelto y hecho por este pueblo, asumiría el placer corporal como lo primordial: más importante es darle al cuerpo lo que le haga falta que dirigirse hacia la vida pública. Sin embargo, es una dirección doble, es decir, lo mismo que lleva hacia la individualidad regresa hacia la colectividad. Epicuro no se queda en la superficialidad del placer corporal, le da un origen y éste se encuentra en el alma, que como ya ha sido mencionado en un post anterior, no es incorpórea, está hecha junto con el cuerpo. El alma es lo que tiene la facultad de sentir y pensar; el cuerpo, en este sentido, es sólo un medio. Por lo que, cuando se goza, en la raíz quien goza es el alma. El placer que se proporciona al cuerpo es en realidad para ser proporcionado al alma. Entonces, el placer corporal es sostenido por el placer espiritual.
                De este modo se revela que si los placeres han de regularse para evitar caer en el disgusto, ha de ser también por la razón de que el cuerpo actúa debido al alma.  La tranquilidad del alma que se busca se hace más entendible al hacerse evidente la relación  placer corporal y placer espiritual. Es más fácil ver por qué todo placer corporal satisfecho satisface también al alma, y por qué es necesario satisfacer (no excederse) dichos placeres. Pues, en realidad, este tipo de placeres serían una extensión del placer espiritual: se nos mostrarían como lo único visible de lo que anima al hombre a hacer.
                La razón de que se le otorgue el poder al alma de impulsar el cuerpo a hacer, es que la materia es espontánea. Si bien las cosas (en general), son compuestos de pequeñas partículas específicas, Epicuro no se lanza hacia un determinismo. Tales partículas actúan de manera repentina, no hay necesidad de que actúen.  Así, si las partículas que componen el alma actúan espontáneamente, el comportamiento de ésta también lo será. De modo que el hombre teniendo un alma que no actúa necesariamente y siendo ésta su motor, el hombre mismo no actúa necesariamente. Podemos decir entonces que se trata de libertad, como opuesto a lo que siempre es determinado, en al actuar humano.
                Esto es de suma importancia porque precisamente de aquí se desprende su ética: el modo de actuar no sólo para mi beneficio sino para los demás también. Con libertad decide uno qué hacer en contra o en pro de los demás, pero de dejarse así la sola libertad no sería posible ni siquiera apreciar formas dadas en la vida cotidiana, órdenes en los que se desarrollan los objetos. Pues ¿cómo siquiera decir que algo es “algo” sino es constriñendo esa libertad pura dentro de límites que den forma?  Y en Epicuro se busca la tranquilidad espiritual, lo que representa ya un objetivo y por ende un límite, pero un límite que no tiene fondo, pues de otro modo se estaría regresando al determinismo. Dicha tranquilidad se quedaría como algo abierto dentro del hombre de modo de que asegurara su libertad.
                El placer espiritual que llevaría a la tranquilidad quedaría, por tanto, también abierto. Pero para que uno logre entender esta apertura espiritual es necesario superar las barreras del egoísmo. Éste es tomado negativamente, como el que restaría apertura. De hecho, niega la apertura, el camino hacia la ataraxia, es un límite que no se debe tomar como referencia para reconducir la libertad humana ni mucho menos para lograr la felicidad del sabio.
                El egoísmo, pues, al ser un límite que niega esta apertura a la tranquilidad del alma, no es el camino para llegar a ella. Sino que será el altruismo[1] la dirección que deberá tomar el actuar humano para llegar a ese fin deseado: la ataraxia. De este modo la ocupación de uno mismo, de nuestra felicidad, debe darse también dando a los otros, haciendo con y por los otros. La ética epicúrea es posible, entonces,  desde la individualidad. Si uno pretendiera el objetivo epicúreo debería ser  ocupándose también de los otros.

Bibliografía
García Gual, Carlos y Jesús Ímaz, María, La filosofía helenística, Ed. Síntesis, España, 2008 (Filosofía, hermeneia).
Mondolfo, Rodolfo, “La ética de Epicuro y la conciencia moral” en La conciencia moral de Homero a Demócrito y Epicuro, [Trad. Orbedan Caletti], 2ª ed, Ed. Universitaria de Buenos Aires (EUDEBA), Argentina, 1968 (Col. Ensayos).



[1] “(…)Que la felicidad del sabio encuentra en el egoísmo una limitación, que es, inevitablemente, negación; en cambio, en el altruismo encuentra la afirmación de su plenitud y elevación.” Mondolfo, Rodolfo, “La ética de Epicuro y la conciencia moral” en La conciencia moral de Homero a Demócrito y Epicuro, [Trad. Orbedan Caletti], 2ª ed, Ed. Universitaria de Buenos Aires (EUDEBA), Argentina, 1968 (Col. Ensayos), p. 60.

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