Haydee De Alba Carranza
En esta ocasión
hablaré un poco de la ética de Epicuro, que me pareció interesante abordar
porque, según lo que se ha venido tratando en los post anteriores, pareciera que
la filosofía epicúrea apuntara hacia un individualismo radical. Siguiendo al
placer como forma de lograr la tranquilidad pareciera sugerirse una desunión de
nosotros para con lo exterior, pero, como veremos, no es así. En su momento
Epicuro trataba precisamente de soltarse y de soltar al hombre de cualquier
atadura, quería que éste fuera libre, buscaba dar esperanza en medio de la
desesperanza social. Por lo que rechaza el determinismo y asumirá la libertad
en la materia, la cual, conformando al hombre en tanto compuesto atómico, hará
libre al hombre al menos en lo espiritual. Comienzo con unas preguntas que
pretenderían arrancar de la cotidianidad el sentido negativo que se le da al
egoísmo y que, sin embargo, se asume en la base de las acciones humanas
cotidianas (generalizando) como el actuar “correcto” hacia una vida tranquila,
como lo que asegurara la obtención personal de lo placentero no sólo en lo
inmediato sino a lo largo de aquella. Con Epicuro veremos que no es un placer
inmediato el que se busca sino un placer que se extienda hacia cualquier rasgo
de nuestra vida, no se trata, pues, de coleccionar placeres sino de vivir el
placer que proporciona la tranquilidad del alma.
Así, pues,
comienzo:
¿Qué me importa
la vida de los otros y su tranquilidad? ¿Por qué debería actuar de algún modo
correcto para con los otros? ¿Cómo deberíamos actuar, según Epicuro, con los
demás? ¿Pues que no se trataba de encontrar la tranquilidad en la vida, en la
de uno?
Sí, las fuertes agitaciones sociales de su tiempo, el de Epicuro,
habían orillado a los pensadores a preguntarse acerca de las cuestiones
personales que aunque desde siempre el hombre había padecido, entonces se
hacían patentes. En el fondo, todo este preguntar era producto de una necesidad
de resolver asuntos que no permitían una existencia feliz y en paz. La polis se
había quedado sin ciudadanos, por decirlo de alguna manera, pues no eran las
personas que se habían interesado por el bienestar del pueblo las que ahora lo
componían. Sus ciudadanos eran personas que procuraban por su individualidad
más que otra cosa.
Nuestro filósofo, envuelto y
hecho por este pueblo, asumiría el placer corporal como lo primordial: más
importante es darle al cuerpo lo que le haga falta que dirigirse hacia la vida
pública. Sin embargo, es una dirección doble, es decir, lo mismo que lleva
hacia la individualidad regresa hacia la colectividad. Epicuro no se queda en
la superficialidad del placer corporal, le da un origen y éste se encuentra en
el alma, que como ya ha sido mencionado en un post anterior, no es incorpórea,
está hecha junto con el cuerpo. El alma es lo que tiene la facultad de sentir y
pensar; el cuerpo, en este sentido, es sólo un medio. Por lo que, cuando se
goza, en la raíz quien goza es el alma. El placer que se proporciona al cuerpo
es en realidad para ser proporcionado al alma. Entonces, el placer corporal es
sostenido por el placer espiritual.
De este modo se revela que si
los placeres han de regularse para evitar caer en el disgusto, ha de ser
también por la razón de que el cuerpo actúa debido al alma. La tranquilidad del alma que se busca se hace
más entendible al hacerse evidente la relación placer corporal y placer espiritual. Es más
fácil ver por qué todo placer corporal satisfecho satisface también al alma, y
por qué es necesario satisfacer (no excederse) dichos placeres. Pues, en
realidad, este tipo de placeres serían una extensión del placer espiritual: se
nos mostrarían como lo único visible de lo que anima al hombre a hacer.
La razón de que se le otorgue el
poder al alma de impulsar el cuerpo a hacer, es que la materia es espontánea.
Si bien las cosas (en general), son compuestos de pequeñas partículas
específicas, Epicuro no se lanza hacia un determinismo. Tales partículas actúan
de manera repentina, no hay necesidad de que actúen. Así, si las partículas que componen el alma
actúan espontáneamente, el comportamiento de ésta también lo será. De modo que
el hombre teniendo un alma que no actúa necesariamente y siendo ésta su motor,
el hombre mismo no actúa necesariamente. Podemos decir entonces que se trata de
libertad, como opuesto a lo que siempre es determinado, en al actuar humano.
Esto es de suma importancia
porque precisamente de aquí se desprende su ética: el modo de actuar no sólo
para mi beneficio sino para los demás también. Con libertad decide uno qué
hacer en contra o en pro de los demás, pero de dejarse así la sola libertad no
sería posible ni siquiera apreciar formas dadas en la vida cotidiana, órdenes
en los que se desarrollan los objetos. Pues ¿cómo siquiera decir que algo es
“algo” sino es constriñendo esa libertad pura dentro de límites que den forma? Y en Epicuro se busca la tranquilidad
espiritual, lo que representa ya un objetivo y por ende un límite, pero un
límite que no tiene fondo, pues de otro modo se estaría regresando al
determinismo. Dicha tranquilidad se quedaría como algo abierto dentro del
hombre de modo de que asegurara su libertad.
El placer espiritual que
llevaría a la tranquilidad quedaría, por tanto, también abierto. Pero para que
uno logre entender esta apertura espiritual es necesario superar las barreras
del egoísmo. Éste es tomado negativamente, como el que restaría apertura. De
hecho, niega la apertura, el camino hacia la ataraxia, es un límite que no se debe tomar como referencia para
reconducir la libertad humana ni mucho menos para lograr la felicidad del
sabio.
El egoísmo, pues, al ser un
límite que niega esta apertura a la tranquilidad del alma, no es el camino para
llegar a ella. Sino que será el altruismo[1]
la dirección que deberá tomar el actuar humano para llegar a ese fin deseado:
la ataraxia. De este modo la ocupación de uno mismo, de nuestra felicidad, debe
darse también dando a los otros, haciendo con y por los otros. La ética
epicúrea es posible, entonces, desde la
individualidad. Si uno pretendiera el objetivo epicúreo debería ser ocupándose también de los otros.
Bibliografía
García Gual,
Carlos y Jesús Ímaz, María, La filosofía
helenística, Ed. Síntesis, España, 2008 (Filosofía, hermeneia).
Mondolfo,
Rodolfo, “La ética de Epicuro y la conciencia moral” en La conciencia moral de Homero a Demócrito y Epicuro, [Trad. Orbedan
Caletti], 2ª ed, Ed. Universitaria de Buenos Aires (EUDEBA), Argentina, 1968
(Col. Ensayos).
[1] “(…)Que la felicidad del
sabio encuentra en el egoísmo una limitación, que es, inevitablemente,
negación; en cambio, en el altruismo encuentra la afirmación de su plenitud y
elevación.” Mondolfo, Rodolfo, “La ética de Epicuro y la conciencia moral”
en La conciencia moral de Homero a
Demócrito y Epicuro, [Trad. Orbedan Caletti], 2ª ed, Ed. Universitaria de
Buenos Aires (EUDEBA), Argentina, 1968 (Col. Ensayos), p. 60.
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