Epicuro
Haydee De Alba Carranza
El filósofo
considerado como el último importante de ascendencia ateniense y de cuya
filosofía es esta una pequeña reseña, tendiendo siempre hacia el aspecto ético,
vivió en el período helenístico, también llamado alejandrino por considerarse
la muerte de Alejandro de Macedonia mejor conocido como Alejandro Magno, un
hecho importante y un parte aguas en la historia de Atenas. Como ya se mencionó
fue de padres atenienses pero la tierra en donde nació en el 341 a.c. no fue la
de sus padres sino la isla de Samos. Sin embargo, la tierra ateniense también
lo reclamaba como su ciudadano y del 323 a.c., cuando él tenía dieciocho años
de edad, al 321 vivió sobre su suelo para cumplir con su servicio militar. Presenció,
por tanto, los cambios desfavorables que ocurrieron en la ciudad después de la
muerte del monarca macedonio de treinta y tres años en el 323 a.c.
Dichas transformaciones acabaron con
Atenas, sin embargo, se trataba de una crisis que ya había iniciado cuando el
pueblo en el 399 temeroso de la actividad filosófica de Sócrates lo había condenado
a muerte. La fragmentación de la polis
griega continuaría desarrollándose hasta hundirla por completo a finales del
siglo IV.
En la primera etapa de la crisis surgiría como respuesta la
filosofía platónica, la cual se concentraba, en cuanto a la investigación de la
causa de las cosas, en explicaciones metafísicas; y, que en cuanto a
problemáticas sociales, en el individuo como integrante importante de la ciudad
que debía pretender siempre el beneficio de su ciudad mediante la actividad
política. Se daba, pues, la preocupación personal a partir de la social. La
epicúrea, en cambio, surgiría después de que la antigua Atenas y su unidad
democrática sucumbieran, resultando en cuanto a lo social y a diferencia de la
platónica, en la preocupación por el individuo aislado y no ya por el ciudadano
perteneciente a la polis.[1]
En cuanto a la investigación, por otro lado, se opondría a la idea de mantener
la investigación científica como fin último del sabio. En este aspecto cabe
señalar que en este período existía siempre por debajo de cualquier pensamiento
filosófico la idea del telos, el fin
último que debía obedecer y seguir el hombre para llegar a realizarse como tal.
Para ello se iba en busca también de una Ley Universal que lo gobernase todo y
por lo cual todo pudiera explicarse. En esto último es donde nuestro filósofo
se despega un poco diciendo que si bien los dioses existían no tenían
injerencia alguna en las acciones y destino del hombre. Éste se hacía a sí
mismo y para sí mismo, ya no caía sobre sus hombros todo el peso de la
responsabilidad que como ciudadano se había tenido para con la polis.
Según nos refiere Diógenes Laercio[2]
Epicuro se habría dedicado a la filosofía desde los 14 años de edad y desde muy
joven habría andado en busca de filósofos que aclararan de manera satisfactoria
sus preguntas. No encontraría, empero, ninguno que diera al clavo con lo que él
pedía, de modo que más tarde él mismo se habría de proclamar autodidacto.
No obstante que se considerara a sí
mismo como tal, se cree que leyó a Demócrito, siendo éste incluso un filósofo importante
en la cimentación y construcción de su pensamiento filosófico. De éste
recuperaría la teoría atomista la cual afirma que todo está hecho de pequeñas
partículas, llevándolo a rechazar la duplicidad de mundos del platonismo, a
saber, el terreno y el ideal, postulando en su lugar la realidad sensible como
la única existente. De esto se sigue que el único conocimiento verdadero es el
proporcionado por los sentidos, y que por tanto el bien ya no será una forma
acabada que tenga que descubrirse sino relativa a los placeres humanos. Estos
mundos platónicos se hicieron uno solo, inseparables, de modo que el alma
también es cuerpo.
En suma, se ve que el epicureísmo de lo que se habría tratado
era de dar solución a las crisis personales que habrían sido acarreadas por las
fuertes transformaciones de la ciudad ateniense. Así, para Epicuro el filosofar
habría sido una urgencia vital que debía atender a los enfermos del alma y
proporcionar felicidad a la vida. Más que un teorizar era una actitud para
lograr una vida feliz. Este modo de vivir se obtendría mediante el conocimiento
de las causas reales de las cosas, pues liberaría de la ignorancia y creencias
angustiosas a todo aquel que se ocupara de conocer. Su noción de felicidad
consistía precisamente en mantener el alma serena, el ánimo tranquilo (que no
es lo mismo que inactividad), es lo que en griego se llamaría ataraxia. Se lograba este estado no ya
en el conocimiento último de las cosas como sucedía con Aristóteles, pues este
tipo de conocimiento se consideraba como importante dentro de la filosofía
epicúrea sólo en tanto que servía para hacer o llevar a quien conoce hacia una
vida feliz.
Por un lado encontramos hedonismo
que hace pensar más que en pensamiento riguroso en una suerte de juego, pero por
el otro encontramos atomismo que sustenta la actividad hedonista aparentemente
sin ningún propósito responsable.
Finalmente,
observamos que las condiciones en las que dicha filosofía se habría
desarrollado no se nos presentan del todo extrañas, pues hoy en día las crisis de
todo tipo son muy frecuentes. Así que como hizo Epicuro, responder desde su
época ante las crisis, sería para nada ocioso y al contrario muy enriquecedor que
ahora nosotros también contestáramos reflexionando a partir de lo que vivimos;
y la filosofía epicúrea parece que podría darnos luz ante problemas que la
humanidad, también en el sentido más apegado al de individualidad, de antaño ha
padecido. El hedonismo que alguna vez se afirmó hasta cierto punto como método
para llevar una vida de felicidad, parece ahora que se ha desbordado, se le ha
llevado a exceder los límites de modo tal que ahora el bienestar y el malestar
parecen juntarse en la acción. Se ha desterrado al telos de la vida humana y se ha permanecido con el puro placer.

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