La obra de arte con
mirada onto-histórica y el porqué del cuadro de Van Gogh
López Capula Fco. Javier
La
pregunta por la esencia de la obra de arte o lo que ésta sea realmente sigue
siendo enigmática y árida hoy en día. Y lo seguirá siendo. Lo es más si
asumimos que, incluso cuando la pregunta mantiene a oscuras y sin próxima luz,
fuera de su meditación crece desbordadamente la producción artística. Si el
arte es enigmático se debe a que toda su empresa cuelga de una esencia
desconocida todavía y fielmente indeterminada, a no ser que se asuma sin
tapujos: “es y punto”. Y así siga brindando trabajo y, por qué no, esperanza.
Pareciera que al decir “arte” se menciona un territorio no sujeto a
determinaciones, pero que en el fondo se huele algo en extremo determinado y
que señala con lujo de detalle lo que es o no arte. ¿Serán acaso los genios de
la historia del arte los que dictaminan qué moda impera hoy en la empresa?
¿Será acaso el mentado sistema del capital quien alza su juego de cartas
victorioso en la escena del arte cuando se ve a alguien entrar a un museo de
renombre por una considerada cuota o ver subastado un “Van Gogh” por millones
de euros? En alguna forma. ¿Hasta qué punto uno puede extraer del mundo de
farándula y consumista del arte la esencia misma de su inmediatez, es decir, la
obra? O en otras palabras: ¿cómo hacer que la obra sea algo más que su
colgadura en una mansión para el deleite pretensioso de magnates y
vanguardistas? ¿Cómo la posicionamos de tal manera que cumpla un destino
esencial para el hombre y no un mero espectáculo? El ensayo de Martin
Heidegger, “El origen de la obra de arte” no pensó estas preguntas, pero
vinieron a su pensar de acuerdo a la historia del ser, tan íntima para él. En
esta historia entra el hombre o Dasein, asimismo la producción filosófica y por añadidura el arte. El clavado hacia la
ardua búsqueda del oculto tapón que aclara todo tipo de emerger fue la misión de Heidegger.
El propósito de los siguientes post se
centraría, ahora bien, en dos puntos: el primero, tematizar cómo el tema de la
obra de arte por parte de Heidegger surge de su meditación onto-histórica del
ser, y que no se puede interpretar omitiéndola. Al mismo tiempo, esta
tematización ayudaría a esclarecer una duda que dentro del texto heideggeriano
a tratar deja sin suelo. Ésta es: ¿qué lugar ocupa ciertamente el cuadro de las
botas de Van Gogh dentro de la meditación y por qué tuvo que efectuarse así?
Estos dos únicos puntos delimitarían y tratarían de cumplir su meta aquí.
1.- La problemática
superficial
“El
origen de la obra de arte” apareció en 1949, hace más de setenta años, en Caminos de bosque, tomo cinco de las
obras completas. La temática es simple: trata de meditar sobre la fuente de la
esencia de la obra de arte: preguntar por la obra de arte es en términos
generales preguntar por el arte (a éste debe su nombre la obra). Pero dado que
la “realidad” del arte se ejecuta en la obra, la vuelta a la meditación de ésta
es nuevamente necesaria. La obra se infiere del arte, pero éste de la obra. Son
tres movimientos: se busca la esencia del arte; entonces se busca la esencia de
la obra; así se busca la esencia del arte. La pregunta ontológica entonces se
da de esta manera: qué es y cómo es la obra.
2.- El trasfondo de esa
problemática
Es bien sabido que la facticidad en
Heidegger quiere decir que el mundo llega inmediatamente
al pensar, es decir, sin tema-tización. Por esta razón, parecería que el
pensador iría a la búsqueda de la esencia de la obra desde la facticidad misma.
Y de esta manera, menciona: “las obras de arte son conocidas por todos. Las
obras de arquitectura y escultura se encuentran en las plazas públicas, en las
iglesias y en las casas. En las colecciones y exposiciones se depositan obras
de arte de las más diferentes épocas y pueblos”[1]. El modo
de proceder de Heidegger con respecto a la obra viene a ser como cualquier
persona, sin necesariamente ser filósofo, la concibe, es decir, inmediatamente
u obviada. Y así también inmediatamente, como las obras existen, hay otras cosas existiendo. Aquí está un primer
desplazamiento, de la obra a la cosa.
También se explica sutilmente por qué el pensador aparentemente recogerá el
cuadro de Van Gogh. Dice: “una pintura, por ejemplo, la de Van Gogh que
representa un par de zapatos de campesino, vaga de una exposición a otra”[2].
Pareciera que Heidegger no ve la obra del artista holandés con base en cómo la
ven los eruditos del arte o bajo el contexto real con la que el pintor la creó.
Simple y llanamente la toma como lo que es: una obra que es un par de botas y
que por ser famosa de un artista famoso, va y viene de exposición en exposición.
La obra, así, es cogida en su facticidad, en su habitualidad. Podemos así
señalar que todas las obras tienen un carácter de cosa, es decir, que están
subsumidas a lo cósico. Lo cósico de las obras no se desvanece incluso en la
vivencia y goce estéticos. Dice Heidegger al respecto: “la piedra está en la
arquitectura”[3].
Así, el pensador alemán ya refiere de qué va lo cósico de lo que habla: ¿“la
piedra”? En ningún modo, sino lo que hace que la piedra sea piedra, o sea,
ente, o sea, el ser. La pregunta por el ser cósico es la pregunta por el ser
del ente. ¿Pero por qué Heidegger no se contenta con la filosofía para meditar
esta cuestión y recurre también al arte? Esta pregunta propicia que esa
habitual facticidad esté implícita y con mayor fuerza en un pensar
heideggeriano más originario. En el siguiente post abundaremos sobre esta
pregunta.
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